Por: Vincent Cheung
La primera posición aísla el uso de la Escritura del pueblo en general, impide que cualquier pueda impugnar el entendimiento bíblico de profesionales establecidos, aun cuando ellos estén equivocados.
La segunda también es peligrosa. La Biblia no es tan fácil de comprender, no todas las personas pueden interpretarla con igual competencia. Incluso el apóstol Pedro, cuando se refiere a los escritos de Pablo, dice “entre las cuales hay algunas difíciles de entender.” El advierte que “los indoctos e inconstantes tuercen” el significado de las palabras de Pablo, “como también tuercen el resto de las Escrituras – para su propia perdición.” (2 Pedro 3.16)
A muchos les gustaría juzgarse a sí mismos competentes en asuntos importantes tales como teología y hermenéutica pero, en vez de orar por sabiduría y estudiar las Escrituras, suponen ser tan capaces como los teólogos y sus propios pastores. Ese modo de pensar es una invitación al desastre y a la confusión. Diligencia, entrenamiento y capacitación divina, todo eso contribuye para la capacidad que alguien pueda tener para interpretar y aplicar la Biblia.
Aunque muchos pasajes en la Biblia sean fáciles de entender, algunos de ellos requieren diligencia extra y sabiduría especial para ser interpretados acuciosamente. Es posible para una persona leer la Escritura y adquirir de ella entendimiento y conocimiento suficientes para su salvación, pero algunas veces algunos pueden necesitar de un creyente instruido para eso:
“Acudiendo Felipe, le oyó que leía al profeta Isaías, y dijo: Pero ¿entiendes lo que lees? 31 Él dijo: ¿Y cómo podré, si alguno no me enseñare? Y rogó a Felipe que subiese y se sentara con él.” (Hechos 8:30-31).
Es posible también aprender los dogmas básicos de la fe cristiana, simplemente leyendo la Biblia. Mas hay pasajes allí que son, en diferentes grados, difíciles de entender. En esos casos, alguien puede solicitar la ayuda de ministros y teólogos para que los explique, de forma de evitar la distorsión de la Palabra de Dios.
Nehemías 8.8 afirma el lugar del ministerio de la predicación: “Y leían en el libro de la ley de Dios claramente, y ponían el sentido, de modo que entendiesen la lectura”. Con todo, la autoridad final reposa en las palabras de la misma Escritura, y no en la interpretación de los eruditos. Ella nunca está errada, aunque nuestro entendimiento puede estar, algunas veces, equivocado. Este es el motivo por el cual toda iglesia debería preparar a sus miembros en la teología, en la hermenéutica y en la lógica, de forma que ellos puedan “manosear” mejor la palabra de verdad.
Por lo tanto, aunque la doctrina de la Escritura conceda a cada persona el derecho de leer e interpretar la Biblia, ella no elimina la necesidad de maestros en la iglesia, todo lo contrario, confirma su necesidad. Pablo escribe que uno de los oficios ministeriales que Dios estableció fue el de maestro, y que él escogió individuos para desempeñar tal función (1 Corintios 12.28). Santiago advierte que no todos deberían ansiar asumir tal oficio: “Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación” (Santiago 3.1). En otro lugar Pablo escribe: “Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más alto concepto de sí que el que debe tener…” (Romanos 12.3).
Aquellos escogidos por Dios para ser ministros de la doctrina son capaces de interpretar los pasajes más difíciles de la Escritura, y pueden también extraer valiosos insights que pueden evitar otras dificultades desde los pasajes más simples también. Efesios 4.7-13 se refiere a tal oficio como uno de los dones de Cristo a su iglesia y, consecuentemente, los cristianos deben valorar y respetar a aquellos que están en ese ministerio.
Vivimos en una generación en la cual las personas desprecian la autoridad; ellas detestan oír lo que deben hacer o creer. La mayoría no respeta ni la autoridad bíblica, para no decir la autoridad eclesiástica. Ellas consideran sus opiniones tan buenas como las de los apóstoles, o, como mínimo, de los teólogos y pastores; su religión es democrática, no autoritativa. Más la Escritura ordena a los creyentes a obedecer a sus líderes: “Obedeced a vuestros pastores, y sujetaos a ellos; porque ellos velan por vuestras almas, como quienes han de dar cuenta; para que lo hagan con alegría, y no quejándose, porque esto no os es provechoso” (Hebreos 13.17). Todo creyente tiene el derecho de leer la Biblia por sí mismo, pero esto no debe traducirse en un desafío ilegítimo contra las sabias enseñanzas de los eruditos o contra la autoridad de los líderes de la iglesia.
Extraido : http://reformadoreformandome.wordpress.com
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