Por J.Gresham Machen
Como
Dios es persona, es libre. La libertad es una característica de la
personalidad. Una máquina no es libre ; el agua que fluye por el canal
que ha sido construido para encauzarla no es libre ; una planta no es
libre. Pero la persona es libre para actuar o no actuar, para actuar de
un modo o de otro. Como Dios es una persona también es libre. En
realidad, es libre hasta un grado que ninguna persona finita puede
igualar.
Pero cuando decimos que Dios es libre es muy importante que entendamos exactamente qué queremos decir y qué .no queremos decir.
Queremos
decir que sus acciones son muy inciertas, de tal modo que es siempre
imposible estar seguro de antemano si actuará o no y de qué forma lo
hará ? ¿ Queremos decir que su voluntad es una especie de balanza que se
inclina hacia un lado o a otro sin razón alguna ? ¿ Queremos decir que
no existe nada a lo que tengan que conformarse sus acciones o que las
ate en algún modo?
Creo
que con no mucha reflexión llegaremos a convencernos de que no podemos
en modo alguno querer decir esto. Si hubiéramos querido decirlo nos
veríamos obligados a afirmar que Dios podría violar el pacto que hizo
con su pueblo o hacer cualquier otra bajeza semejante. Pero si hay algo
cierto es que Dios nunca hará algo de este estilo. Me parece que no es
un error afirmar que no puede hacer nada semejante.
¿
Por qué no puede hacer esta clase de acciones ? ¿ Por qué hay algo
desde fuera que le impide hacerlas? ¿Por qué si las hace alguien en
alguna parte discutirá sus acciones ? Ciertamente que no. Nada obliga a
Dios ; es soberano absoluto ; puede hacer lo que quiera ; nadie puede
decirle, “¿ Qué haces ?”
Con
todo, es absolutamente cierto que, cuando hay que decidir entre una
obra buena y una mala, El escomerá la buena y rechazará la mala. De
hecho, ,nada hay más cierto que esto. En esta certeza se basan todas las
demás certezas. Es absolutamente imposible que Dios haga algo malo.
¿Por
qué es imposible? La respuesta es fácil. Le es imposible hacer algo
malo porque sería contradecir su propia naturaleza. “Dios es un Espíritu
infinito, eterno, inmutable, en su ser, sabiduría, poder, santidad,
justicia, bondad y verdad.” Estos son sus atributos ; sin ellos no sería
Dios; estos atributos condicionan todas sus acciones. Nunca, ni en la
más insignificante acción que realice, se apartará ni un milímetro de
esa norma perfecta que la perfección de su propia naturaleza establece.
Creo
que esto es lo que quiso decir uno de mis maestros cuando afirmó, si
recuerdo bien sus palabras, que Dios es el ser más constreñido que
existe. Su propia naturaleza lo constriñe. Es infinito en su sabiduría ;
por tanto nunca puede hacer algo que no sea sabio. Es infinito en su
justicia; por tanto nunca puede hacer algo injusto. Es infinito en su
bondad; por tanto nunca puede hacer algo no bueno. Es infinito en su
verdad ; por tanto es imposible que mienta.
También
las acciones del hombre están en cierto modo definidas. Nacen de su
naturaleza. La experiencia no deja de enseñárnoslo. Pero la Biblia lo
enseña todavía con mayor claridad. “No puede el buen árbol dar malos
frutos, ni el árbol malo dar frutos buenos.” El hombre es libre para
decidir en el sentido de que no hay nada externo que lo fuerce. Pero sus
actos no son libres si por libertad entendemos libre de lo que su
propio carácter determina.
Así
ocurre también en el caso del Ser supremo, de la Persona suprema, Dios.
Sus actos son libres en el sentido de que nada exterior a El los
determina. Pero sí los determina su propia naturaleza. Siempre serán
santos, justos y buenos, porque El es santo, justo y bueno.
En
realidad, los actos de Dios dependen mucho más de su propia naturaleza
que los del hombre de la suya. Las acciones del hombre nacen de su
naturaleza. Sí, pero la naturaleza del hombre puede cambiar ; Dios puede
cambiarla. Pero en el caso de Dios esta posibilidad está excluida ;
Dios es infinito, eterno a inmutable. Nunca, nunca, nunca, por tanto
nunca ni por la más inverosímil de las posibilidades puede realizar una
acción que no sea santa, sabia, poderosa, justa, buena y verdadera.
Sus
actos, por tanto, son más libres que los de las personas finitas porque
nunca, ni directa ni indirectamente, nada exterior a la Persona misma
puede determinarlos, lo cual sí es posible en el caso de las personas
finitas ; y están más directamente determinados que los de las personas
finitas porque nunca por ninguna posibilidad puede cambiarse la
naturaleza de la Persona misma.
Así
pues, es muy importante que caigamos en la cuenta de que la libertad de
los actos de Dios no quiere decir que pueda haber alguna posibilidad de
que no armonicen con la naturaleza de Dios.
Pero
hay otra cosa que es importante que advirtamos en cuanto a lo que no
significa que los actos de Dios sean libres. No quiere decir que sus
actos no tengan un propósito ; no quiere decir que no dependan de los
fines que Dios busca.
También
en esto hallamos una analogía verdadera entre la libertad de Dios y la
de las personas finitas. Tomemos la persona finita que mejor conocemos
el hombre. ¿ Qué el hombre sea libre quiere decir que actúe
independientemente de los motivos ? ¿ Quiere decir que cuando un hombre
escoge hacer algo en vez de otra cosa nada lo determina ? Bien, algunos
al parecer han creído que es así. Pero no cabe duda de que están
equivocados. No cabe duda de que las acciones de una persona,
precisamente porque son libres, y no antojos sin sentido de la suerte
ciega, están determinadas por motivos. Cuando alguien se halla en una
encrucijada importante de la vida, sopesa los pros y los contras, y
luego a la luz de este examen, de las ventajas de una decisión o de la
otra, actúa. Esta acción de los motivos en determinar la actuación del
hombre es precisamente lo que hace que dicha actuación sea
verdaderamente personal y por ello la hace en el verdadero sentido de la
palabra “libre.”
Si
pues una persona finita, el hombre, en sus acciones verdaderamente
personales, se ve determinado por los motivos, algo semejante es también
verdad de la Persona infinita, Dios. Dios también busca ciertos fines
cuando actúa. No hay que pensar que su voluntad estuviera oscilando a
ciegas como en una especie de vacío, sin relación ninguna con su
conocimiento y sabiduría infinitos. No, las decisiones de la voluntad de
Dios están siempre no a veces, sino siempre determinadas por los
fines que su conocimiento infinito y su sabiduría infinita colocan
frente a El.
Negar
esta idea de la voluntad negar, es decir, la idea de que las acciones
verdaderamente personales no son las acciones de una voluntad sin freno,
sino las de una voluntad determinada por motivos o fines se presenta a
veces como si fuera beneficioso para la libertad. ¿Cómo puede ser una
persona verdaderamente libre, dicen, si sus acciones dependen de algo
que no sea su voluntad en el momento de tomar una decisión ? ¿ Cómo
puede ser libre la persona si ,no puede obrar prescindiendo de los fines
que busca?
Unas
breves reflexiones nos mostrarán que lo cierto es precisamente lo
contrario. Si la elección que un hombre hace no depende de los fines que
busca, sino tan sólo de fluctuaciones sin sentido de su voluntad,
entonces no depende más que del azar y el hombre se convierte en el
simple juguete de algo exterior a sí mismo.
Esto
es sobre todo evidente en el caso de la Persona suprema, Dios. Si las
elecciones de Dios no dependieran siempre de los fines santos que busca,
si su voluntad quisiera ahora una cosa mañana otra sin relación con
Dada que no fuera su voluntad misma, vista como si fuera independiente
de su conocimiento y sabiduría, entonces sus acciones sólo podrían
considerarse como dependientes de un azar ciego y sin sentido ; y en
este caso dejarían de ser acciones verdaderamente personales y Dios
dejaría de ser Dios.
No,
cuando pensamos en la voluntad debemos realmente basarnos en un sano
determinismo. La voluntad del hombre no es libre en el sentido de que
actúe independientemente de los sentimientos y del entendimiento. En
realidad, si consideramos la voluntad como algo separado que está dentro
del hombre, que va a lo suyo, que se deja aconsejar por otras partes de
la naturaleza del hombre aunque también actúa con completa
independencia cuando se le antoja si vemos la voluntad en esta forma,
estamos muy, pero muy lejos de la realidad. Hacemos en realidad de algo
que llamamos la voluntad una pequeña personalidad separada ; rompemos la
unidad de la personalidad del hombre. De hecho, no existe eso que se
llama voluntad como algo aislado de los demás aspectos de la persona. Lo
que llamamos voluntad es la persona toda en cuanto toma decisiones.
Con
respecto a la Persona infinita, Dios, en ciertos aspectos importantes
no podemos hablar de la misma forma en que lo hacemos de las personas
finitas. Con todo, en su caso al igual que en el de las personas finitas
que El ha creado, es siempre cierto que cuando quiere hacer algo, lo
quiere hacer porque busca ciertos fines. Sus acciones no son el balance
casual de algo dentro de El que se puede llamar su: voluntad, sino que
son las acciones de la unidad soberana de su ser, y están determinadas
por fines elevados y santos.
No
quiero decir que cuando Dios quiere hacer algo nosotros podamos siempre
ver cuál es el fin que busca. Antes al contrario, en innumerables
casos, sólo podemos descubrir que es su voluntad, y esto debería
bastarnos. Tenemos la seguridad de que todo lo que hace es con un
propósito santo. Este propósito a menudo queda oculto en el misterio de
la sabiduría divina. Negarse a inclinarse ante la voluntad de Dios sólo
por ignorar el propósito que lo guía es el colmo de la impiedad. Es el
pecado de pecados; es carear nuestra ignorancia con la sabiduría y
conocimiento infinitos de Dios; es rebelión, orgullo y locura. ¡Que Dios
nos libre de pecado semejante!
Con
todo, si bien no tenemos derecho a conocer cuales son los propósitos de
Dios, El en su maravillosa bondad ha querido alguna que otra vez
levantar el velo que oculta sus planes a nuestros ojos. ¡Con qué
reverencia deberíamos contemplar los misterios que nos revela tras el
velo! ¡Con qué reverencia deberíamos acercarnos al Libro santo en el que
se nos revelan dichos misterios !
Hemos hablado de los propósitos de Dios. Los teólogos los llaman sus decretos.
¿Son
muchos estos decretos ? Un número infinito, estaríamos tentados de
afirmar. ¡Cuántas son las manifestaciones de la bondad de Dios en
nuestras propias vidas ! Y cuando pensamos en la vastedad del universo y
en las edades sin fin, no podemos por menos que decir que los decretos
de Dios no pueden en modo alguno contarse.
Lo
dicho contiene una gran verdad; y con todo, cuando consideramos este
asunto algo más de cerca y con más profundidad, en un sentido igualmente
verdadero podemos decir que los propósitos de Dios, por infinito que
nos parezca su número, no son más que un único propósito, no son más que
partes o aspectos de un gran plan.
Esto
es lo que el Catecismo Menor quiere decir cuando afirma que los
decretos de Dios son “su propósito eterno.” No es una casualidad que se
emplee la palabra “propósito” en singular. Los innumerables decretos
constituyen un único propósito o plan. No son independientes el uno del
otro, sino que forman una unidad íntima al igual que Dios es uno.
Caerán
en la cuenta de que el Catecismo Menor habla de ese propósito como de
un propósito eterno. “Los decretos de Dios,” dice “son su propósito
eterno.” ¿ Qué quiere decir con esto ? Bien, quiere decir algo que es
muy importante que observemos, algo que pertenece a la entraña misma de
lo que la Biblia enseña.
La
Biblia habla a menudo de los decretos de Dios como si se sucedieran uno
después de otro en orden temporal. En realidad, la Biblia a veces
emplea expresiones audaces cuando habla de estos asuntos. Incluso habla
de Dios que se arrepiente de lo que ha hecho. Por ejemplo, dice que “se
arrepintió Jehová de haber hecho hombre” ; y que “Jehová se arrepentía
de haber puesto a Saúl por rey de Israel” . Estos pasajes podrían
parecerle al lector superficiales, si los toma aislados, que quieren
decir que Dios decreta muchas cosas en momentos diferentes y que los
decretos son muy diferentes unos de otros.
Pero
esta interpretación sería muy superficial. Cuando examinamos estos
pasajes y otros semejantes vemos con claridad qué quiere decir la
Biblia. Cuando habla de Dios que se arrepiente de algo que ha hecho,
considera la cosa desde el punto de vista de hombres que viven en esta
tierra en una secuencia temporal. Dios hace una cosa ahora y otra
después. Hizo al hombre, y luego, cuando el hombre hubo pecado, lo
destruyó, a excepción de los que dejó con vida. Hizo rey a Saúl, y luego
le quitó la realeza. Visto desde la perspectiva de la ejecución de los
decretos de Dios, es como si los decretos o propósitos de Dios hubieran
cambiado ; y la Biblia así lo expresa con lenguaje sencillo tomado de la
vida ordinaria de los hombres. Pero es igualmente claro que la Biblia
no quiere indicar que esta forma de hablar haya que tomarla al pie de la
letra como si quisiera decir que Dios se sorprendiera de la misma forma
en que sorprende un hombre, o como si quisiera decir que los planes de
Dios cambian como cambian los del hombre para adaptarse a circunstancias
sobre las que no tiene control.
Es
posible que se me objete: “Ya vuelven a las suyas, ustedes los pobres
creyentes en la inspiración de la Biblia. Cuando encuentran en ella algo
que les satisface, insisten en aceptarlo en la forma más
angustiosamente literal ; pero cuando hallan algo que no les va tan
bien, lo eluden, como en el caso que nos ocupa, diciendo que la Biblia
habla en lenguaje metafórico.”
Esta
es la objeción. Pero, sepan, amigos míos, que no me hace mella. Creo
que tengo una respuesta muy buena para la misma. “Sí,” diría al
objetante, “sí tomo algunas cosas de la Biblia en sentido literal y
otras en metafórico. Pero tengo motivos para ello. Tengo una forma
perfectamente aceptable de decidir qué tomo en sentido metafórico y qué
en sentido literal. No es que tome en el literal lo que me agrada y en
el metafórico lo que no ; sino que tomo en sentido literal lo que la
Biblia presenta en forma literal y en sentido metafórico lo que presenta
en forma metafórica.”
Sostengo
que la Biblia es esencialmente un libro fácil. Para leerlo el sentido
común es una ayuda maravillosa. No olvido que la iluminación del
entendimiento que el Espíritu Santo comunica en el nuevo nacimiento es
necesaria para que el hombre pecador pueda en realidad comprender el
mensaje central de la Biblia; pero a veces siento la tentación de decir
que uno de los efectos más obvios del nuevo nacimiento sería la
renovación del sentido común en la comprensión de las afirmaciones
perfectamente sencillas de la Sagrada Escritura. Por ello opino que si
alguien realmente lee con sentido común y buena voluntad esas
afirmaciones de la Biblia en las que se dice que Dios se arrepiente de
lo hecho y cosas parecidas, no experimentará dificultad ninguna en ver
que estos pasajes no hay que interpretarlos en modo alguno en sentido
literal y que la interpretación literal de los mismos es una
manifestación gravísima de incomprensión y mal gusto.
Ese
lenguaje antropomórfico si me permiten emplear una palabra tan larga
proclama una verdad importante. Nos enseña que Dios nos trata como nos
trataría una persona viva. Sigue nuestras acciones y las circunstancias
cambiantes de nuestras vidas, y sus acciones tienen en cuenta el cambio
en nuestras acciones y circunstancias. La Biblia lo proclama con el
empleo del lenguaje del que hemos venido hablando.
Pero
la Biblia también nos enseña en forma bien clara que cuando
contemplamos la médula misma de este asunto debemos ver que el propósito
de Dios, que se cumple en su trato infinitamente variado con el género
humano y con el universo en sucesión temporal, se halla completamente
fuera de cualquier secuencia temporal. Para Dios no hay ni antes ni
después. El creó el tiempo, en realidad, cuando creó los seres finitos, y
el tiempo, al igual que el resto del universo que Dios creó, no es una
simple apariencia, sino que existe realmente. Pero para Dios todas las
cosas son eternamente presentes.
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