por J. Gresham Machen
Al
comenzar a reflexionar acerca de la visión cristiana del hombre y de
los decretos de Dios que sustentan la existencia del hombre, sin duda
nos encontramos en medio de un mundo perturbado. Vivimos en tiempos de
cambios vertiginosos. Menos de veinte años después de una guerra que se
supuso haber sido en defensa de la democracia, esta democracia se halla
casi en todas partes en estado precario y la libertad va rápidamente
camino a la total desaparición. ¿ Quién habría pensado, hace veinte
años, que al cabo de un período de tiempo tan breve la libertad de
expresión y la de prensa iban a estar completamente exterminadas en
grandes sectores de Europa occidental? ¿Quién habría pensado que Europa
se fuera a hundir tan pronto en unas tinieblas peores que las medievales
?
Norteamérica
no ha sido una excepción en cuanto a tal decadencia. La libertad se ve
amenazada, y se cierne sobre nosotros en un futuro próximo el espectro
de la vorágine sin esperanza de un estado colectivista.
No
cabe duda de que si consideramos al mundo como a un todo, nos vemos
obligados a reconocer que los fundamentos de la libertad y la honestidad
están sufriendo un deterioro progresivo y que los lentos logros de
siglos son arrinconados temerariamente.
En
una época como esta de cambios caleidoscópicos, ¿ existe algo que siga
inmutable? Cuando tantas cosas han demostrado no merecer nuestra
confianza, ¿hay algo en que podamos confiar?
Hay
por lo menos un punto claro no podemos confiar en la Iglesia. La
Iglesia visible, la Iglesia tal como existe en la actualidad sobre la
tierra, ha caído demasiado a menudo en el error y el pecado.
No, no podemos acogernos a la Iglesia en nuestro desengaño con el mundo.
Pero entonces, ¿hay algo a que podamos acogernos ? ¿ Existe algo que permanezca inmutable cuando tantas cosas cambian ?
Para
esta pregunta tengo una respuesta bien concreta. Se contiene en un
versículo tomado de la profecía de Isaías: “Sécase la hierba, marchitase
la flor; mas la palabra del Dios nuestro permanece para siempre.” Hay
muchas cosas que cambian, pero hay una que no cambia. Es la Palabra del
Dios vivo y verdadero. El mundo sufre decadencia, la Iglesia visible ha
apostatado en forma considerable; pero cuando Dios habla podemos confiar
en El, y su Palabra perdura para siempre con garantía absoluta.
¿
Dónde ha hablado Dios ? ¿ Dónde podemos encontrar la Palabra de Dios ?
Traté de responder a esto en la primera parte de esta serie de charlas,
que ha sido publicada con el título de La Fe Cristiana en el Mundo
Moderno. Encontramos la Palabra de Dios en la Biblia. No decimos
solamente que la Biblia contiene la Palabra de Dios; afirmamos que la
Biblia es la Palabra de Dios. En una época de agitación y angustia, y en
medio de las dudas y debilidades de nuestras vidas, podemos acogernos
con confianza absoluta a ese Libro.
Cuando
decimos que la Biblia es la Palabra de Dios, queremos significar en
realidad algo muy concreto. Queremos decir que la Biblia es verdadera.
Queremos
decir que los escritores de la Biblia, además de todos los requisitos
providenciales que Poseyeron para su tarea, recibieron un impulso y
asistencia inmediatos y sobrenaturales por parte del Espíritu de Dios,
impulso y dirección que hicieron que se vieran libres de los errores que
se encuentran en los otros libros. Como resultado de ello, este libro,
la Biblia, es completamente verdadero en todo lo que dice acerca de
cuestiones de hecho y tiene una autoridad absoluta en lo que ordena.
Esta es la gran doctrina de la inspiración plenaria o total de la
Sagrada Escritura.
Esta
doctrina, al contrario de lo que a menudo se le ha imputado, no
violenta la originalidad y personalidad del escritor bíblico ; y no
quiere decir que se convirtieran en simples autómatas que no sabían qué
hacían. Sí significa, en cambio, que la acción del Espíritu Santo en la
inspiración fue sobrenatural. No fue una simple acción providencial de
Dios, ni el simple empleo por parte de Dios de los recursos del universo
que había creado ; fue una interferencia benévola y gratuita en el
curso de la naturaleza por parte del poder inmediato de Dios.
Esta
doctrina significa que la Biblia es obra de Dios y no del hombre. Otros
libros dan la idea que aconsejan en cuanto a lo bueno y lo malo; este
libro sólo aconseja acerca de lo bueno, o más bien da mandatos precisos
que nos llegan con la plena autoridad del Dios soberano.
Esta
serie de charlas que ahora comenzamos se basa en esta visión elevada de
la Biblia. Trataré de examinar la Biblia con ustedes a fin de descubrir
qué ha dicho Dios, no un simple hombre.
En
esta presentación de lo que Dios nos ha dicho en la Biblia espero de
verdad no carecer de sincera compasión por el hombre que no cree en lo
que yo creo ; espero no carecer de simpatía por el que duda. Espero
poderle mostrar a ese hombre en el curso de mis conversaciones que
algunas de las objeciones contra las enseñanzas de la Biblia, moneda
corriente entre nuestros contemporáneos, se basan en un malentendido de
lo que la Biblia dice o en una falta de examen de pruebas importantes
que confirman la verdad de la Biblia. Pero todo esto no debería
confundir lo que trato de hacer. No intento presentarles lo que he
descubierto por mí mismo ni tampoco ayudarles a descubrir cocas por
ustedes mismos, sino que les pido que escuchen conmigo lo que Dios nos
ha dicho en su Palabra.
En
la serie de la que ésta que hoy iniciamos es continuación, ya comencé a
hablarles acerca de lo que Dios nos ha dicho en su Palabra.
La
revelación de Dios que se contiene en la Biblia, dijimos, no es la
única revelación que Dios ha hecho. Dios se ha revelado por medio del
universo que ha hecho. “Los cielos cuentan la gloria de Dios, y el
firmamento anuncia la obra de sus manos.” También se ha revelado Dios
por medio de su voz en nosotros, la voz de la conciencia. “Cuando los
gentiles que no tienen ley, hacen por naturaleza lo que es de la ley,
éstos, aunque no tengan ley, son ley, son ley para sí mismos.” La Biblia
pone el sello de aprobación en lo que se puede llamar “religión
natural.”
Pero
la revelación de Dios por medio de la naturaleza no es la única
revelación que Dios ha dado. Además de ella ha dado una revelación que
se llama “sobrenatural” por razón de su naturaleza superior.
Esta revelación sobrenatural se necesitaba por dos razones.
En
primer lugar, la revelación de Dios por medio de la naturaleza se había
ido ocultando a los ojos de los hombres por razón del pecado. Las
maravillas del mundo de Dios hubieran debido hacer que los hombres
adoraran y glorificaran al Creador, pero su necio corazón se
entenebreció. La voz de la conciencia hubiera debido decides con
claridad qué era bueno y qué era malo, pero la conciencia de los hombres
se había insensibilizado como cauterizada. Por ello el hombre pecador
necesitaba una confirmación nueva y clara de lo que la naturaleza y la
conciencia decían.
En
segundo lugar y esto es todavía más importante que lo advirtamos el
hombre como pecador necesitaba que se le revelaran acerca de Díos
ciertas cocas de las que la naturaleza y la conciencia no ofrecían ni el
más mínimo indicio. Necesitaba que se le revelara la gracia de Dios. El
pecado no sólo lo había cegado sino también perdido. Se hallaba bajo su
culpa y maldición. Se encontraba bajo su poder. Necesitaba que se le
indicara la forma en que Dios lo había salvado. La naturaleza nada decía
en cuanto a esto. El conocimiento de ello sólo le podía llegar al
hombre pecador en una manera que fuera sobrenatural en el sentido más
estricto.
¡Qué
maravillosamente rica es la revelación sobrenatural que se encuentra en
la Biblia! ¡Cuánto supera a la revelación de Dios por medio de la
naturaleza! Toda la doctrina de la Trinidad, la aparición y obra del
Señor Jesucristo, la aplicación de la obra de Cristo por medio del
Espíritu Santo, la promesa gloriosa de un mundo venidero todo esto no
se nos manifiesta por medio de la naturaleza ; se nos dice en la Biblia y
en la Biblia únicamente. Se nos comunican con una revelación que no es
natural sino sobrenatural.
En
la serie anterior, comencé a hablarles acerca de esta revelación. Les
expuse la gran doctrina bíblica del Dios trino. Hay un solo Dios, pero
en tres personas Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En
la médula misma de esa presentación de la doctrina de la Trinidad en la
Biblia, según vimos, está la enseñanza referente a la divinidad de
Jesucristo.
Hace unos mil novecientos años, vivió en Palestina una persona llamada Jesús.
Acerca de El hay dos opiniones.
Unos
lo consideran simplemente como un gran genio religioso, como el
fundador de una de las grandes religiones mundiales, como hombre que no
mezcló su propia persona con el evangelio, que no exigió que los hombres
tuvieran ninguna idea especial acerca de El sino que sencillamente les
proclamó a Dios el Padre, que no pidió que los hombres tuvieran fe en El
sino sólo en Dios de la misma forma que él había tenido fe en ese Dios.
Según los que tienen esta idea Jesús fue tan sólo un maestro y ejemplo,
el que abrió para el género humano una senda nueva hasta Dios. Esta es
la idea de los incrédulos.
Vimos
que esta perspectiva cristiana de Jesús es la que enseña en la Biblia, y
es la que Jesús mismo enseñó en cuanto a su persona.
¿Se
presentó Jesús a sí mismo mientras estuvo en la tierra sólo como
ejemplo para la fe de los hombres ? ¿ Dijo tan sólo : “Creed en Dios de
la misma forma que yo creo en El? ¿Fue indiferente a lo que los hombres
pensaran de El ?
Estos
interrogantes son fáciles de contestar si tomamos el relato bíblico
acerca de Jesús como un todo. El Jesús que se presenta en forma total en
la Biblia es evidente que se ofreció a sí mismo a los hombres como
objeto de fe, y que hizo de la fe en su persona algo esencial para
conseguir la vida eterna.
Pero
los incrédulos no aceptan la presentación completa de la Biblia acerca
de Jesús. Bien, entonces, le diré al amigo incrédulo : “Aquí times un
Nuevo Testamento. Tómalo y escoge el pasaje que quieras para demostrarme
que lo forma de pensar acerca de Jesús es la adecuada. Sé que no lo
gustan los pasajes que yo lo cito. Veamos, pues, qué dicen los pasajes
que tú escoges.”
En
nuestra serie anterior de charlas vimos que cuando se invita al
incrédulo a que escoja un pasaje, lo más probable es que recurra al
Sermón del Monte. En él, dicen los incrédulos, tenemos a un Jesús no
teológico, a un Jesús que dio mandatos elevadísimos y dio a entender que
estos mandatos se podían obedecer fuera cual fuere la idea que los
hombres tuvieran acerca de El. No cesan de decirnos esto. La teología,
se nos dice, .no es lo importante, ni siquiera la teología que se ocupa
de Jesucristo. Si, prosiguen, los hombres se decidieran tan sólo a hacer
lo que Jesús dice en el Sermón de la Montaña, sería macho mejor que
llegar a algunos acuerdos en cuanto a El o al significado de su muerte.
“Bien,”
le diré a ese amigo incrédulo, “tomemos sólo ese pasaje que has
escogido, veamos sólo el Sermón de la Montaña, y examinemos si realmente
presenta lo idea de Jesús, si en realidad nos presenta un Jesús que
fuera tan sólo un maestro y ejemplo y que no pidió a los hombres que
tuvieran ninguna idea específica elevada en cuanto a El.
Esto
hicimos en nuestra última serie. Tomamos el Sermón de la Montaña pare
examinarlo desde esa perspectiva. ¿Y qué descubrimos? ¿Descubrimos un
Jesús que no identificó su persona con el evangelio que predicaba y que
no se preocupó de lo que los hombres pensaran de El!
Respondimos
en forma rotundamente negativa. Lo que describimos en el Sermón de la
Montaña fue un Jesús que en la forma más sorprendente otorgaba las
recompenses en el Reino de Dios, un Jesús que situó sus mandatos en
completa paridad con los de Dios en el Antiguo Testamento, un Jesús que
no dijo como los profetas, “Así dice el Señor,” sino que dijo, “Mas Yo
os digo,” un Jesús que llamó bienaventurados a los que mantuvieran una
determinada relación con Él ”Bienaventurados sois cuando por mi causa
os vituperen y os persigan, y digan toda clase de mal contra vosotros,
mintiendo” un Jesús que dijo de sí mismo que un día se sentaría en el
mismo tribunal de Dios tiara determinar el destino final de las hombres
de forma que a unos los enviaría al castigo eterno y a los otros a la
vide perdurable.
No,
en el Sermón de la Montaña no podemos hallar ningún indicio que nos
permita eludir al Cristo del resto del Nuevo Testamento. No hallamos en
dicho pasaje por favorito que sea de los incrédulos ningún Jesús
simplemente humano que se mostrara indiferente a lo que los hombres
pensaran de E1 y que les pidiera tan sólo que lo tomaran como ejemplo
suyo que siguieran sus pisadas en la senda hacia Dios. Encontramos en
ese pasaje al igual que en cualquier otro pasaje a un Cristo y a uno
solo el Cristo que fue verdadero hombre y verdadero Dios.
Si,
por otra parte encontráramos de hecho en el Nuevo Testamento el Cristo
que algunos buscan, un simple líder y ejemplo, un simple descubridor de
la senda que conduce hasta Dios, ¿qué bien haría este Cristo a nuestras
almas ? ¿ Qué bien produciría un simple guía y ejemplo a quienes, como
nosotros, estamos muertos en nuestras transgresiones y pecados y nos
hallamos bajo la justa ira y maldición de Dios ?
Recuerdo
que hace unos cuantos años dirigí la palabra a una asamblea que se
reunió en Philadelphia pare estudiar el tema “La Responsabilidad de la
Iglesia en esta Nueva Era.” Uno de los oradores, que no era cristiano
quiero decir que ni siquiera se profesaba cristiano dijo unas cuantas
cosas muy agradables en cuanto a Jesús. Pero el punto culminante de su
perorata fue la cite de las palabras de Jesús tomadas del Antiguo
Testamento referentes al error de Dios y del prójimo: “Amarás al Señor
lo Dios con todo lo corazón, y con toda lo alma, y con toda lo mente, y
amarás a lo prójimo como a ti mismo.”
“¿Acaso esto, que no es ningún dogma, no es suficiente pare cualquiera?” dijo el orador.
Desde
luego que lo es un dogma o doctrina, sino un mandamiento. ¿Pero tuvo
razón el orador en pretender que es suficiente para cualquiera; y si
tuvo razón en esto, por qué los cristianos insistimos en agregarle
doctrinas entre las que figura la de la divinidad de Cristo? ¿Por qué
,no nos contentamos con decir, “Amarás al Señor lo Dios, y amarás al
prójimo como a tí mismo”? ¿ Acaso no es suficiente para cualquiera ?
¿Cuál
es la respuesta desde el punto de vista cristiano ? Es muy sencilla.
Sí, no cabe duda de que el gran mandamiento doble de Jesús, “Amarás al
Señor lo Dios con todo lo corazón, y con toda lo alma, y con toda lo
mente, y amarás al prójimo como a ti mismo” es más que suficiente para
cualquiera. Ah, pero el caso es amigos, que es demasiado. Ahí está el
problema. Esta es la única razón de por qué somos cristianos. Este
mandamiento estupendo de Jesús es demasiado riguroso ; es tan riguroso
que no hemos acertado a cumplirlo. Si hubiéramos amado a Dios y a
nuestro prójimo, en la forma elevadísima que requirió Jesús, todo habría
estado bien; nada aparte de esto habríamos necesitado ; no habríamos
necesitado ninguna doctrina de la Cruz de Cristo porque no habríamos
necesitado ninguna cruz de Cristo ; no habríamos necesitado ninguna
doctrina de la persona de Cristo Dios y hombre en dos naturalezas
distintas y una sola persona porque no habría habido necesidad de que
Cristo se hiciera hombre. Hubiéramos sido justos, y no se hubiera
necesitado un Salvador.
Pero
el hecho es que somos pecadores. Esta es la razón de que necesitemos
algo más que un maestro, que un ejemplo, que un legislador. Por esto
necesitamos lo que los incrédulos desprecian por considerarlo simple
doctrina pero que nosotros preferimos llamar el evangelio. Por esto nos
aferramos con toda nuestra alma a las grandes doctrinas bíblicas de la
persona y obra de Jesucristo.
Supongan
que yo hubiera escuchado a Jesús sólo como a gran ejemplo y legislador.
Supongan que yo hubiera oído que decía, “Amarás al Señor lo Dios y al
prójimo como a tí mismo”; supongan que lo hubiera oído decir, en el
Sermón de la Montaña, “Bienaventurados los de limpio corazón, porque
ellos verán a Dios.” ¿ Qué podría decirle entonces ? Le diría : “Te doy
las gracias, Jesús ; esto es lo que necesitaba saber; estoy tan feliz de
saber que si amo a Dios y a mi prójimo y soy limpio de corazón todo irá
bien y entrar é en el Reino de Dios.”
Amigos
míos, lo cierto es que no sé qué diría, aunque desde luego no sería
nada parecido a esto. Sólo podría decir, después de escuchar los
mandamientos de Jesús : “Ay, estoy perdido ; no he amado a Dios ni al
prójimo; no he sido limpio de corazón; soy pecador; Jesús, ¿no tienes
nada, aparte de tus exigentes mandamientos, para decirme ?
Cuando
me llego a Jesús de este modo como pecador, confesándole que no he
obedecido sus mandamientos y que no tengo nada que ofrecerle sino que
soy completamente indigno y desvalido, ¿ tiene algo que decirme ? Se
limita a decir : “Ya has oído mis rigurosos mandamientos ; esto es todo
lo que tengo que decirte ; este es todo el evangelio que tengo para
ofrecerte ; esta es toda la doctrina que necesitas.”
No,
gracias a Dios, esto no es todo lo que tiene par darme ese frío
consuelo de un mandamiento que no he cumplido ni puedo cumplir. Me da
algo más que esto. Se me da a sí mismo. Se me ofrece a sí mismo en la
Biblia como mi Salvador que murió por mí en la cruz y que ahora vive
como aquel en quien puedo confiar. Se me ofrece a sí mismo en las
grandes doctrines de su persona y obra. Si hubiera sido distinto, no
habría podido salvarme y yo no podría confiar en él pare que me salve.
Pero como es el mismo Dios, me pudo salvar y me salvó y el Espíritu
Santo me ha unido a El por medio de la fe.
¿Lo
ven, amigos? Esta es la razón de que el cristiano insista en la
doctrine de la divinidad de Cristo. No la considera como algo puramente
académico, sino que recurre a ella como náufrago que se aferra a la
tabla que lo puede salvar de ahogarse. Ningún Cristo inferior al del
Evangelio podía salvarnos ; este Cristo solo pudo salvarnos de la muerte
eterna.
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