Silencio en el Cielo
1Cuando el Cordero rompió el séptimo sello,
hubo silencio en el cielo como por media hora. 2Y vi a los siete ángeles que
están de pie delante de Dios, a los cuales se les dieron siete trompetas.
3Se acercó otro ángel y se puso de pie frente
al altar. Tenía un incensario de oro, y se le entregó mucho incienso para
ofrecerlo, junto con las oraciones de todo el pueblo de Dios, sobre el altar de
oro que está delante del trono. 4Y junto con esas oraciones, subió el humo del
incienso desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios.
5Luego el ángel tomó el incensario y lo llenó
con brasas del altar, las cuales arrojó sobre la tierra; y se produjeron
truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto.
Primero,
usemos la imaginación: Esta escena es tan sencilla y a la vez tan dramática que es fácil
visualizarla: cuando el Cordero abre el último sello, Juan se sorprende
grandemente a descubrir que de repente todo el cielo se ha callado en un
profundo silencio.Todo el ruido terminó; nadie se mueve y no pasa nada por
media hora. Juan ve el trono de Dios, y frente al trono el pequeño altar de
incienso, cuyo oro refleja el esplendor del rostro del Señor. Ante Dios están
los siete ángeles de la presencia, que conocemos como los arcángeles. En medio
del silencio, sin explicación alguna, se le da una trompeta a cada arcángel.
Un poco después, sin decir
palabra, aparece atrás otro ángel (no uno de los grandes) con una bandeja de
oro en su mano. Silenciosamente abre camino hacia el altar. Con gran solemnidad
ofrece sobre el altar el incienso de nuestras oraciones, y todo el cielo
(incluso Dios) olfatea el exquisito perfume que llena la corte celestial. Pasa
un tiempo, y este anónimo ángel vuelve a llenar su bandeja de carbones
encendidos, los lleva solemnemente afuera al parapeto del cielo, y los tira a
la tierra. Suenan truenos y voces; ha terminado la media hora y se rompe el
silencio.[1]
Y ahora,
analicemos: Con Apocalipsis 8:1,
después del largo interludio del cap. 7, Juan vuelve a la ya conocida fórmula
de abrir los sellos (8:1; cf. 6:1,3,5,7,9,12). Con la misma fórmula[2] los primeros sellos habían soltado a los
cuatro jinetes y el sexto había introducido catástrofes de aumentada severidad
escatológica, pero en seguida unos ángeles detuvieron temporalmente los vientos
de juicio (7:1-3). Con el último sello, y con la expectativa intensificada por
el suspenso de la demora del cap. 7, esperaríamos con la apertura del rollo tan
importante (cf. 5:1-4) el desenlace final de la historia, con acontecimientos
aun más dramáticos que los de 6:12-17.
Pero no pasa nada de eso.
Con la apertura del séptimo sello, lo único que pasa es…¡silencio! ¡Otra
sorpresa! Y sorprende tanto más porque hasta ahora el Apocalipsis ha sido un
libro muy ruidoso. Truenos y voces procedían del trono; vivientes y ancianos
unían sus voces con millares de millares de ángeles (5:11-12; 7:10-12). Un
ángel fuerte clamaba a voz en cuello (5:3); los mártires también "gritaban
a gran voz" (6:10). Pero ahora, de repente, un misterioso silencio hace
callar hasta a los truenos que procedían del trono. De repente todo sonido
termina y toda la acción, hasta ahora tan acelerada, se paraliza.
Aunque el último sello
ahora se rompe, no se dice nada del libro ya abierto ni se procede a leerlo,
como esperaba Juan tan ansiosamente (5:4). Como si no bastara la doble pausa
del cap. 7, el último sello parece ser otra demora anti-climáctica. Pero en
medio del prolongado silencio, ocurre una doble acción sencilla y callada:
primero se les entregan siete trompetas a los siete ángeles que están delante
de Dios, y en el silencio entre la entrega de las trompetas (8:2) y el
tocarlas (8:6), otro ángel ofrece incienso sobre el altar de oro (8:3-5).
Recibidas las oraciones ante Dios, suenan las trompetas y comienzan los
juicios.[3]
En vez de un melodramático
fin del mundo, estilo Hollywood, el séptimo sello resulta ser el bien ordenado
inicio de una nueva serie de juicios. Las trompetas entregadas en medio del
silencio del séptimo sello serán los instrumentos del próximo septenario de
acción divina (8:6-11:19). Eso nos muestra que el séptimo sello consiste
precisamente en las siete trompetas, y la tocada de la séptima trompeta será por
eso el fin también del séptimo sello. La media hora de silencio, como una
especie de entreacto, es a la vez la última apertura de sellos y el preludio de
las trompetas que siguen.[4]
La media hora de silencio,
paradójicamente, ha provocado muchos miles de palabras eruditas para explicar
su significado.[5] De 8:3-5 es evidente que el silencio tiene
que ver sobre todo con la presentación de las oraciones de los fieles. Dios da
tanta importancia a las plegarias que vienen llegando de la tierra que hace
callar a todas las multitudes celestiales. Charles (1920 I:223) y otros remiten
a una tradición rabínica (Hagigah 12b) según la cual los ángeles del quinto
cielo "cantan alabanzas de noche, pero se callan de día por causa de la
gloria de Israel" (i.e, por las oraciones de Israel).[6] Charles agrega:
Las alabanzas de los rangos más altos de ángeles del cielo se callan
para que se escuchen ante el trono las oraciones de todos los santos que sufren
en la tierra. Las necesidades de ellos son más importantes para Dios que toda
la salmodia del cielo (1920 I:224).
Es más difícil explicar por
qué este silencio, lleno de oración, se describe "como por media
hora" (8:1). Se podría sospechar alguna correlación con otras
"mitades" del libro: la "media semana" de años (11:2-3;
12:6,14; 13:5)[7] y de los "tres días y medio" de
los dos testigos (11:9,11). La carta a Esmirna describe una persecución de 10
días (2:10), y la tortura por las langostas dura cinco meses (9:5,10). Muchos
comentaristas han sugerido que los números irregulares o truncados (fracciones)
señalan crisis o peligro.[8]
Aunque esa observación
puede ser válida, hay otro factor que explica mejor esta frase.
Apocalipsis 8:1-5 parece basarse en el ritual del sacrificio diario en el
templo de Jerusalén.[9] Cada mañana al amanecer, después de inmolar
al cordero pero antes de sacrificarlo sobre el altar de holocaustos, un
sacerdote tomaba carbones de dicho altar y los llevaba solemnemente al altar de
incienso dentro del lugar santo.[10] Después tomaba el incienso y lo echaba sobre los carbones. Mientras se
quemaba el incienso y todo se llenaba de perfume, los sacerdotes oraban,
probablemente en total silencio (Ex 30:34-36; m.Tamid 5.1-6; TAdán 1.12; Aune
1998:508; Wick 1998:512-514) y el pueblo también oraba afuera (Lc 1:10). Como
indica Bauckham (1993A:82), ese ritual bien hubiera durado más o menos una
media hora (hôs hêmiôrion).
Los siete
ángeles de la Presencia (8:2). Lo primero que Juan observa dentro del silencio es la presencia
de los siete ángeles que están en pie ante Dios. Aunque no se habían mencionado
en los anteriores cultos celestiales, ni Juan los había visto antes, son
presentados con artículo definido como el conocido grupo de "los ángeles
de la presencia" (cf. Is 63:9; Jub 1:27,29; 2:1-2, 18). Eso
significaba que ocupaban el puesto más próximo de Dios, y atendía al Señor en
todo momento para ejecutar sus designios (cf. 1 R 17:1; Lc 1:19).[11] Los conocemos más comunmente como los siete arcángeles.
La Biblia nunca menciona al
grupo de arcángeles como tal, aunque sí nombra a Miguel (Dn 10:13; 12:1) y a
Gabriel (Dn 8:16; 9:21; Lc 1:19,26). Tobías 12:15 (c.200 a.C.) nombra a Rafael
como "uno de los sietes ángeles que están siempre presentes y tienen
entrada a la Gloria del Señor" (BJ). En 1 Enoc 20 se llaman "los
santos ángeles que vigilan" y se nombran: Uriel (Luz de Dios), Rafael
(Dios cura), Ragüel (Deseo de Dios), Miguel (Quién como Dios), Saraqael
(príncipe de Dios), Gabriel (Varón de Dios) y Remeiel (trueno de Dios).[12] En la tradición judía, una de las funciones principales de los
arcángeles era la de llevar las oraciones a la presencia de Dios (1 En 9:1-3;
47:1-2; 99:3; 3 Bar 11:1-9; 14:2; TLevi 3:7).
Sin embargo, en Apocalipsis
8 los arcángeles desempeñan otro papel, simbolizado por las trompetas, y
"otro ángel" asumirá el alto privilegio de de presentar las
oraciones. En el judaismo la trompeta tenía muchas funciones muy importantes:
según Números 10:1-10 servía para convocar al pueblo o a los líderes,
movilizarles para la marcha, dar alarma de un ataque enemigo, y para celebrar
días festivos. Especialmente pertinente respecto a nuestro pasaje es que
las trompetas se tocaban al final de los sacrificios diarios en el templo (Nm
10:10; Caird 1966:109) y con las oraciones litúrgicas (1 Mac 4:40). A
partir del tratado "Tamid" del Mischná, Sweet (1979:159) sugiere un
paralelismo básico entre Apocalipsis 8 y el ritual matutino del templo: después
del holocausto del cordero (Ap 5:6) se derrama la sangra a la base del altar
(6:9) y se presenta el incienso en medio de silencio y oración (8:1-4) y al
final tocan trompetas (8:6).[13]
El significado escatológico
de la trompeta era especialmente importante. Trompetas anunciarán el juicio
divino (Jl 2:1; Sof 1:14-16; OrSib 4:173-174); al son de la trompeta Dios
reunuirá a su pueblo (Is 27:12-13; Mt 24:31; ApAbr 31:1-2; PssSal 11:1; Mt
24:31),[14] incluso a los muertos que resucitarán para unirse a la asamblea (1Ts
4:16; 1 Co 15:52; 2 Esd 6:22-26). Trompetas también anunciarán la llegada del
reino (Lèqach tob a Nm 24:17; StrB 1:960; 1Ts 4:16; Ap 11:15).[15]
En cuanto al conjunto de
siete trompetas, el antecedente más obvio es la conquista de Jericó (Jos 6).[16] El ataque a Jericó, muy similar a los sellos y trompetas del
Apocalipsis, también fue un siete dentro de otro siete: por seis días siete
sacerdotes tocando siete trompetas rodearon la ciudad (Jos 6:3-4), llevando
consigo el altar; el séptimo día la circumambularon con trompetazos siete veces
(6:15). Otros paralelos de este septenario con Jericó pueden verse en las
grandes voces (Jos 6:16; Ap 11:15); caída de la décima parte de la ciudad (Ap
11:13; Jos 6:20); y la aparición del arca (Ap 11:19). Caird (1966:108)
infiere de estos paralelos que Juan podría haber estado pensando en este relato
del AT al escribir Ap 8-11.
Otra sentena de trompetas
tenía que ver con la Luna Nueva del mes Tishri, conocido después como fiesta de
trompetas y como año nuevo.[17] Como era el séptimo mes del año, y la Luna Nueva de cada mes anterior
se celebraba también tocando trompetas (Nm 10:10; Sal 81:3), en conjunto
constituían un ciclo de siete trompetazos culminando en los siete del mes
Tishri (otro “siete dentro de un siete”). Se celebraba con griteríos y
trompetas,[18] y representaba el día de juicio para los pecados del año. Por eso la
tocada de trompeta de Luna Nueva de cada uno de los seis meses anteriores se
consideraba un anticipo de la del séptimo mes, con sentido de un
"mini-juicio" anticipado y una amonestación, hasta la séptima
trompeta en el mes de Tishri. El consecuente arrepentimieto debía prepararles
para el día de las expiaciones que se realizaba el 10 de Tishri.[19] Entonces el resultado del arrepentimiento sincero será una nueva
creación: "Arrepentíos en estos veinte días entre Rosh ha-Shanah y Yom
Kippur, y...crearé en ti una nueva creación" (Peskita Rabbati 169a; cf.
Jer. Rosh ha-Shanah 59c; Moore 1971 I:533).
Es obvio que la colocación
de siete trompetas en las manos de los siete arcángeles (8:2) llevaba una
fuerte carga de sentido escatológico. Es más: aquí todo se conjuga para
aumentar la tensión del relato. Al abrir la escena los arcángeles no tienen
trompetas; el solemne acto de repartirlas, en medio del profundo silencio, da
portentos de graves juicios por venir. La expectativa y el asombro aumentan,
cuando después de recibir las trompetas, los arcángeles no proceden a tocarlas
como sería de esperar. En ese momento de alta emoción, sin romper el tenso
silencio, una novedad interrumpe el curso del relato.
El otro
ángel (8:3-5). Aunque
normalmente era función de los arcángeles entregar las oraciones a Dios, en
este relato a ellos les corresponden las trompetas de juicio y le toca a un
anónimo octavo ángel[20] ofrecer el incienso de oración sobre el altar de oro.[21] Según ciertas tradiciones rabínicas un ángel (normalmente un arcángel)
esperaba en las ventanas inferiores de los cielos para recibir las oraciones de
los fieles y llevarlos ante Dios.[22] Ahora este "otro ángel", un relativo "don nadie" en
la corte celestial, recibe las oraciones y viene abriendo camino hacia el
altar. Será el liturgista sacerdotal para la presentación del incienso. Apenas
aparece y es el personaje central de este drama celestial, no por alguna
autoridad propia suya sino porque lleva nuestras oraciones.
Para su oficio litúrgico, este ángel (igual
que los sacerdotes del sacrificio diario) tiene un incensario de oro para
llevar los carbones y el incienso.[23] En su incensario trae las oraciones que había recibido de la tierra, y
al llegar al altar se le da mucho incienso "para ofrecerlo, junto con las
oraciones de todo el pueblo de Dios" (8:3).[24] Aunque el griego de esta frase no es del todo claro, la interpretación
más probable es que al incienso que traía el ángel en su incensario (nuestras
oraciones) se agrega otro incienso celestial para ofrecerlos juntos sobre el
altar.[25] En ese caso aquí nuevamente se unen tierra y cielo, ahora en oración
como antes en adoración (ver arriba 7:11-12).
En el templo de Jerusalén
el altar de incienso estaba en el lugar santo directamente frente a la cortina
que entraba al lugar santísimo. Detrás de la cortina estaba el arca de la
alianza, donde Yahvé se sentaba invisiblemente entre los querubines. Por eso el
arca se consideraba también el "trono" de Dios[26] y el altar estaba “ante el trono”. Cuando el sacerdote quemaba la
ofrenda de incienso, el humo fragante pasaba la cortina y entraba directamente
a la presencia de Dios en su trono, el arca. Ahora, en el templo celestial, no
hay cortina, el lugar santísimo está abierto, y "el humo del incienso
subió desde la mano del ángel hasta la presencia de Dios" (8:4, cf,
11:19).
Nuevamente Juan nos
sorprende, un poco escandalosamente, con una acción chocantemente contraria al
sentido del sacrificio de incienso (Bauckham 1993A:82). El ángel llena su
incensario con los mismos carbones que acababan de llenar el cielo con la
fragancia del incienso, los lleva solemnemente hacia un parapeto del cielo, y
los lanza vehementemente a la tierra (8:5a). En seguida termina la media hora
de silencio con una explosión de fuertes ruidos: truenos, estruendos,
relámpagos y un terremoto.
Ford (1975:135) señala
cuatro grandes sorpresas en este relato: (1) del trono y altar, de donde se
espera misericordia y perdón, ahora procede ira; (2) el incienso, "olor
grato" por naturaleza, resulta ser instrumento de castigo; (3) las
trompetas, típicamente instrumentos de alabanza y gozo, ahora traen ayes y
desastres; (4) esta liturgia, celebrada en el mismo cielo, termina trayendo
destrucción en vez de vida.
La acción de esparcir
carbones, aunque no como parte del sacrificio de incienso, tiene un antecedente
en Ezequiel 10:2. Desde su exilio en Babilonia, en el año 592 a.C. (Ez 8:1),
Ezequiel es llevado en visión a Jerusalén para ver el juicio de Dios sobre el
templo de Jerusalén. Seis hombres vienen armados a castigar a los idólatras,
pero un séptimo, vestido de lino, lleva un tintero para marcar para salvación a
"los que sienten tristeza y pesar" por las abominaciones del pueblo
(9:2-4; cf. Ap 7:2-8). Entonces Dios manda al hombre vestido de lino
esparcir sobre Jerusalem un puñado de brasas encendidas (Ez 10:2). Uno de los
querubines toma en su mano algo del fuego que estaba entre ellos y se lo da al
hombre vestido de lino para lanzarlo en juicio sobre la ciudad. Aunque las circunstancias
son muy diferentes, Juan supo utilizar el símbolo de los carbones ardientes de
ira divina para culminar magistralmente este mensaje sobre oración y juicio.
El resultado de la última
acción es cuádruple: truenos, estruendos, relámpagos y un terremoto (8:5b).
Esta significativa fórmula amplía la descripción del trono en la visión del
cielo: "del trono salían relámpagos, estruendos y truenos" (4:5; ver
comentario). Ahí la frase se derivó del relato del éxodo (Ex 19:16-19), con
ecos secundarios de la teofanía de Ez 1:4,13. Esa fórmula inicial se va a
repetir con el último elemento de cada septenario, pero ampliada cada vez:
8:5:
truenos
estruendos relámpagos..terremoto
16:18 relámpagos estruendos
truenos violento terremoto granizos
como nunca antes etc
Llama la atención que esta
secuencia ocurre cada vez con el séptimo elemento. Bauckham
(1993A:8-7,202-203), quien ha hecho el análisis más detallado de esta fórmula,
saca dos conclusiones: (1) esta fórmula progresivamente creciente conecta el
final de cada septenario con la visi3n inicial del trono (Ap 4-5); (2) la
fórmula conecta entre sí a los tres séptimos elementos (sello, trompeta y
copa), indicando que en cada uno se trata del mismo juicio visto desde
distintos ángulos.[28] El séptimo sello (con el sexto) introduce la dimensión escatológica e
interpreta el fin como ira del Cordero (6:17), la séptima trompeta como reino
de Dios, y la séptima copa como caída de la gran Babilonia.
**********
Busquemos a Dios
en los silencios y los descansos
de la vida
El Apocalipsis es un libro
sumamente activo, explosivo de energía, y muy ruidoso. Sin embargo, mantiene un
ritmo de tensión creciente y descansos periódicos, estruendos y silencios,
acción y pausas, alternándose continuamente.[29] De hecho esa tensión caracteriza, y debe caracterizar, nuestra vida.
Sin descansos para orar y reflexionar, el activisimo se vuelve irreflexivo e
ineficaz; sin la práctica de la fe, la meditación se queda esteril y el
descanso termina en letargo y entropía. En los silencios la voluntad de Dios se
nos hace clara,[30] y en la acción la llevamos al plano de la obediencia.
El tema bíblico del
descanso comienza con el primer relato de la creación: Dios trabajó seis días y
el séptimo día descansó (Gen 2:1-4a).[31] Por eso, según Ruiz de la Peña (1986:45), "el descanso pertenece a
la constitución misma de la realidad creada". El séptimo día no fue un
apéndice o un adorno sino un elemento esencial y climáctico de la obra divina.
Dios culminó su acción creadora en el séptimo día, y al bendecirlo, bendijo a
toda la creación de los siete días. Como el desanso divino bendijo y santificó
los seis días de obra creadora, nuestro descanso sabático debe bendecir y
santificar también toda la labor nuestra (Kittel VII:4).
Esteban Voth (1992:62)
resume muy bien el significado de este descanso divino:
Esta proclamación primeramente declara que
Dios puede descansar, puede hacer una pausa. Dios no llega al final de su
incomparable obra tensionado, fatigado y agotado. A diferencia de los dioses
babilónicos, Dios concluye en paz y con serenidad. El está seguro de lo que ha
logrado, y con tranquilidad detiene su actividad creadora. La conducta de Dios
es entonces una invitación a que adquiramos la perspectiva de Dios y dejemos de
pensar que la vida depende de nuestra actividad frenética. El mundo está seguro
en manos de Dios, y no se desintegrará simplemente porque hagamos una pausa.
Según Ex 20:8-11, el pueblo
de Dios debía unirse al descanso de Dios cada séptimo día de la semana. Era el ShaBBâT,
el día de cesación, de descanso. Para Israel, el séptimo día debía liberarlos
de la rutina laboral para transformar el trabajo en creatividad, a la imagen y
semejanza del Dios Creador. Abría un espacio festivo para celebrar la creación
de Dios juntos con el Creador mismo. Por eso el séptimo día es un tiempo de gozo
y descanso para el pueblo, para todos los animales y para la tierra misma (Ex
20:10; 23:12; 34:21; Is 58:13; Os 2:11).
El descanso sabatino se
proyectó, a partir de la creación, en otros septenarios festivos de descanso,
especialmente el Pentecostés, el año sabático y el jubileo. Al día cincuenta
después de la pascua (el día que seguía al séptimo sábado), se celebraba la
fiesta de semanas, el Pentecostés. Con gran gozo daban gracias a Dios por la
cosecha, presentaban ofrendas, y cesaban de todo trabajo pesado (Lv 23:21; Nm
28:26). Después, cada séptimo año había de ser el "descanso de la
tierra", dejando la tierra en barbecho y cesando de toda labor agrícola
durante el año entero (Ex 23:10-11; Lv 25:2-7; Neh 10:32).[32] Era un verdadero "sabático" no sólo para la gente sino
también para la tierra y los animales. Y finalmente, después de siete años
sabáticos (49 años), el año siguiente debía ser el "Jubileo del
Señor" (Lv 25:8-10). Nuevamente, por segundo año consecutivo, se descansa
de la labor agrícola y se deja a la tierra descansar (Lv 25:11,20-22).[33] En general, llama poderosamente la atención el alto número de fiestas y
días azuetos en la vida del pueblo de Israel.
En algunos pasajes la
esperanza escatológica se expresa también como fiesta sabática (sábado, año sabático,
Jubileo). Durante el exilio, las visiones del retorno a la tierra tendían a
tomar dimensiones escatológicas (Is 35; 43:19-20; 51:3,6-8; Stam 1995:32-37).
Isaías 35 describe el júbilo festivo del retorno (35:1-2,10; cf. 51:11)
e incorpora lenguaje del Jubileo: Dios fortalecerá a los débiles y cansados,
los ciegos verán, los sordos oirán, los cojos saltarán, los mudos gritarán
(35:32-6; cf. Is 42:7,16; 61:1-2; Lc 4:18-19; 7:22; Mt 11:5). También en
la descripción de la nueva creación se destaca la celebración fiel del sábado y
la nueva luna por todas las naciones (Is 66:23; cf. Ez 45:16-17;
46:1-4,12). En términos más amplios, la esperanza escatológica se describe como
un pacto de paz (Is 54:10; Ez 34:25; 37:26) y una promesa de descanso y quietud
(Is 32:17; 14:3-7; 35:15-18; 33:20-21). Según McCann "varios escritos
apocalípticos judíos y cristianos y del judaísmo rabínico describen la edad
venidera como un sábado perpetuo" (ISBE IV:252).
La interpretación
escatológica del sábado aparece también en Hebreos 3:7 -- 4.11. En una
relectura del Salmo 95:7-11, el autor exhorta seriamente a los lectores a no
endurecer sus corazones y perder entrar en el descanso de Dios, como pasó con
la generación de Moisés (3:11,18). Tampoco la generación de Josué entró en el
verdadero reposo de Dios cuando ocuparon la tierra de Canaán (4:6,8). La
exhortación de David en el Salmo 95 demuestra que la oferta sigue abierta
(4:1). Los que responden a la Palabra de Dios en Cristo entran en el mismo
reposo del Creador y, como Dios mismo, descansan de sus obras (4:3,10); es el
idéntico "reposo especial" (sabatismos 4:9) con que Dios
"descansó y fue refrescado" el séptimo día (Ex 31:17; Lohse KITTEL
VII:5).
El descanso y el silencio
deben ser integrales a los ritmos de nuestra vida cristiana. Tenemos que
aprender a callarnos ante el Señor (Hab 2:20; Sof 1:7; Zac 2:17); sólo entonces
podremos escuchar, como Elías, el “silbo apacible y delicado" del susurro
divino (1 R 19:12).[34] En esto Jesús es nuestro ejemplo. De los evangelios queda claro que
vivía sumamente ocupado y atareado (Mr 3:20-21; 6:31); su agenda de actividades
no le dejaba mucho tiempo libre ni mucha soledad. Por eso él programaba
conscientemente tiempos de descanso y silencio para estar a solas con Dios,
para orar, y para buscar la voluntad del Padre (Mr 1:35; 6:46-47; 14:32-42; Mt
14:22-25; 26:36-46; Lc 4:42; 6:12-13; 11:1-2; 22:39-46).
Los grandes místicos han
insistido en la importancia indispensable de quietud espiritual para la vida
contemplativa (Santa Teresa, San Juan de la Cruz y muchos/as más). Thomas
Merton (1961:108,117), el místico trapense, afirma que "la verdad surge
del silencio del ser a la tremenda presencia quieta de la Palabra. Después,
hundiéndose de nuevo en el silencio, la verdad de palabras nos hunde de nuevo
en el silencio de Dios...Entonces mi vida entera se vuelve oración, mi silencio
entero se llena de oración" (¡un eco muy interesante de Apocalipsis
8:1-5!).
Hoy más que nunca, cuando
la gente tiene más tiempo libre pero menos descanso y tranquilidad, nos llega
la exhortación de Dios: "Quédense quietos, reconozcan que yo soy
Dios" (Sal 46:10); "esténse quietos y verán cómo el Señor los librará"
(2 Cr 20:17 DHH). En la serenidad y la confianza está su fuerza" (Is
30:15). Tenemos que aprender a guardar silencio ante Dios y esperar en él (Sal
37:7; Dt 27:9)
El silencio tiene que ser
un elemento central también en la adoración. En años recientes nuestros cultos
se han vuelto cada vez más bulliciosos, lo cual puede ser el fervor de
auténtica adoración pero también puede ser nuestro equivalente evangélico de
los gritos y saltos de los profetas de Baal (1 R 18:27).[35] En cualquier caso, lo que es muy preocupante es la casi total ausencia
de silencio en muchas celebraciones de “adoración”. Dios nos habla
especialmente en el silencio. Muchas veces es nuestra propia “bulla sagrada”que
no nos permite escucharle; la voz divina se ahoga en el mucho ruido de nuestros
intentos de obligar su presencia por la fuerza de nuestro propio clamar.
Cuando nosotros oramos Dios se complace,
todos los ángeles se callan,
y el cielo entero huele a perfume
El análisis de este pasaje,
y sobre todo la visualización de su pequeño y sencillo drama, deja muy clara la
razón de la media hora de silencio en el cielo: nuestra oración es tan
importante que hasta los arcángeles tienen que callarse.[36] Cuando oramos, todo el cielo se concentra totalmente en nuestra
oración. No podría haber una forma más enfática de impresionar a los fieles con
el valor incalculable de sus oraciones y la necesidad de perseverar en la
intercesión. Este episodio nos enseña que vale la pena seguir orando sin cesar.
Cuando los mártires en el
cielo clamaban ante Dios, recibieron una pronta respuesta (6:10-11). Pero
cuando los fieles oraban desde la tierra, la respuesta divina no se dejaba ver.
Más bien, la situación parecía empeorarse. Fácilmente podrían pensar que al
orar estaban perdiendo el tiempo. A esa inquietud de ellos y su probable
frustración en la oración– y la nuestra – Dios da la más convincente respuesta
imaginable. Es como si Dios nos enviara un “clip”de “video”y nos dijera:
“cuando ustedes oran no les parece que pasa nada…¡pero miren lo que pasa en el
cielo cuando llegan sus oraciones!”
Este callar del cielo
cuando el pueblo de Dios ora y adora aparece también en la literatura rabínica.
Según Génesis Rabbah 65.21 “la voz de Jacob [i.e. de todo el pueblo de Israel]
es la voz que silencia a todos los seres celestiales y terrestres”[37] Un texto Hekhalot* también describe a los ángeles deseando decir su
liturgia (su Trishagion, cf. Ap 4:8) pero silenciados por Dios porque
quiere escuchar primero las oraciones de su pueblo:
Felices son Israel, porque son amados ante el
Omnipresente más que los ángeles ministrantes. Pues éstos, cuando buscan cantar
y alabar arriba rodean el trono de gloria como montaña sobre montaña de
fuego…pero el Santo, bendito sea, les dice: “Cállense todos los ángeles, todos
los serafines, todo ser viviente, y toda rueda que yo he creado, hasta que yo
oiga y escuche primero a todos los cánticos, alabanzas y dulces salmos de
Israel”.[38]
Es común en las escrituras
que la oración se asocia con el incienso (ver 5:8; Sal 141:2; Lc 1:9-10; cf.
Sab 18:21). Se comparaba al incienso porque complace a Dios; nuestas oraciones
“llenas de aroma” (Ap 5:8 NBE) son del supremo agrado del Señor quien olfatea
con deleite su fragancia.[39] La comparación con el incienso parece aplicarse también porque la
oración se veía como una ofrenda o un sacrificio (Sal 141:2: Os 14:2 BJ, NBE;
Heb 13:15/Sal 69:30-31; 1 P 2:5,9. Ofrenda de incienso y oración se asocian en
Lc 1:9-10).
El asenso del incienso como olor grato ante Dios es señal segura de la
aceptación de la oración por el Señor (Gn 9:21; Kiddle 1940:146; Swete
1951:108; Ladd 1974A:111). El olor grato indica que el sacrificio de oración
complace a Dios (Lv 16:12-13; Prv 15:8; 1Cr 29:17; Ps 17:1).No queda
lugar para ninguna duda sobre la favorable recepción divina de nuestras
plegarias. Es el equivalente simbólico de las palabras del ángel a Cornelio:
“Tus oraciones y tus limosnas han subido como memorial ante la presencia de
Dios” (Hch 10:4 BJ). Así el séptimo sello nos enseña tanto la inmensa
importancia de la oración como también su segura eficacia.
La historia pertenece
Ya hemos señalado que el
séptimo sello consiste precisamente en las siete trompetas, repartidas durante
la media hora de silencio (8:2) pero tocadas sólo después de haber sido
recibidas las oraciones de los santos (8:6). Por eso, como hemos observado, la
séptima trompeta constituye también el final del séptimo sello. Significa
también que todos los contenidos de las siete trompetas son específicamente
respuesta a la oración de los santos (8:3-5).
Llama poderosamente la atención que el Apocalipsis introduzca,
precisamente en el punto climáctico del séptimo sello, no el fin dramático del
mundo sino un silencio lleno de intercesión. Hasta este momento la
participación humana en el drama había sido mínima, para no decir nula.[41] Pero es como si Dios parara todo ahora y
dijera: “No quiero seguir sólo en todo esto. Tienen que participar también mis
hijas e hijos en la tierra”.[42] En palabras de Ronald Goetz, “Dios gobierna
al mundo en constante consulta con los que oran” (Christian Century,
enero 29, 1997, p.98). La oración es la forma en que los creyentes colaboramos
con Dios y participamos en el desenlace de la historia. ¡Nuestra oración hace
historia!
En el libro del Apocalipsis
se destacan dos cosas nuestras que llegan ante la presencia de Dios. En primero
lugar, nuestras oraciones llegan al trono como incienso (5:5; 8:4). Y también,
según 19:8 “el lino fino [del vestido de bodas de la esposa del Cordero] son
las acciones justas de los santos”. Con nuestras oraciones despachamos incienso
al cielo; con nuestra vida santa y nuestra práctica de la justicia enviamos
lino fino a las manos del divino Tejedor para el hermoso vestido de su novia.
“A Dios orando (incienso), y con el mazo dando (justicia)”.[43] Con oración y justicia vamos también haciendo
la historia.
La respuesta específica a
la oración de los santos son las siete trompetas. Seis de ellas son terribles
juicios; parecen cada vez peores, llegando a la pesadilla de langostas
torturadoras (9:1-9) y los feroces caballos dragones (9:15-19). Pero la séptima
trompeta (11:15-19) es totalmente distinta. Con ésa se anuncia jubilosamente la
llegada del reino de Dios:
El reino del mundo ha pasado a ser de nuestros Señor
y de su Cristo,
y él reinará por los siglos de los siglos...
Señor Dios poderoso,
que eres y que eras,
te damos gracias porque has tomado tu gran
poder
Podemos notar aquí un
paralelo invertido con los siete sellos y una simetría muy significativa en la
estructura literaria de los sellos y trompetas. Hemos afirmado que el primer
jinete, sobre el caballo blanco, se entiende mejor como el evangelio en su
marcha triunfante por el mundo. Le siguen cinco sellos tétricos (guerra,
hambre, pestilencias, persecución, juicios cósmicos), un paréntesis (cap. 7) y
un silencio lleno de oración (8:1-4). El séptimo sello se desenvuelve en siete
trompetazos, de los que los seis primeros son también desastrosos (8:7-9:21).
Igual que con los sellos, se introduce un doble paréntesis entre las trompetas
sexta y séptima (10:1 -- 11:14). Y como el primer sello fue de bendición y
vida, seguido por sellos de juicio y muerte (6:3-17), la séptima trompeta es
también de vida y bendición, ahora antecedida por seis trompetas de horrendo
juicio.
Si entendemos así la
secuencia de sellos y trompetas, podemos ver dos conclusiones. Todo el proceso
es una inclusio que comienza y termina con la victoria del reino de Dios
(jinete blanco y séptima trompeta). Aquí también, el Cordero que ha vencido es
Alfa y Omega. Y en segundo lugar, en el puro centro de la secuencia está -- ¡la
oración! En el momento decisivo del séptimo sello, aparece la intercesión de
los fieles que por su oración y justicia van haciendo la historia junto con el
que está sentado en el trono y el Cordero. La oración es como el pivote central
sobre el que gira la historia y se mueve hacia el reino de Dios (11:15-19).
Muy bien comenta el teólogo
escocés T. F. Torrance (1959:60):
“Más poderoso que todos los poderes oscuros y
fuertes sueltos en el mundo, más poderoso que cualquier otra cosa, es el poder
de la oración encendida por el fuego de Dios y echada a la tierra ...Las
oraciones de los santos y el fuego de Dios mueven todo el curso de la
historia..La oración es la fuerza más revolucionaria que el mundo conoce”
O del holandés G. C.
Berkouwer (1972:452-453), estas palabras de fe y esperanza:
La oración de los santos en el Apocalipsis
activó inmediatamente un poder visible y audible sobre la tierra – “truenos,
estruendos, relámpagos y un terremoto”. Así también nuestra oración, “Venga tu
reino”, no es ningún monólogo balbuceante sino una oración que espera una
respuesta. Cada vez que oramos el Padre nuestro debemos ir a pararnos ante la
ventana de la esperanza.
[1]) Este pasaje tan bello se presta para la
dramatización. Una silla puede representar el trono y alguna mesita (frente al
trono) el altar de oro. Siete personas se paran en semicírculo ante el altar, y
en total silencio se entrega una trompeta a cada una. Después, sorpresivamente,
otro ángel entra atrás con una bandeja y avanza, sin palabra alguna, hasta el
altar. Coloca el incienso sobre el altar, todos respiran profundo y todo el
cielo se llena de fragancia. Después llena su bandeja de imaginarios carbones,
sale afuera y los tira a la tierra. Suenan truenos y fuertes voces (un tremendo
“¡boom!” sorpresivo, después del misterioso silencio, debe sorprender mucho a
los presentes y despertar a cualquiera que se haya dormido), y el primer ángel
toca su trompeta.
[2]) El griego de 8:1 tiene una pequeña variante
de los paralelos anteriores, en que pone hotan con el aoristo indicativo
en vez de hote, pero dicho cambio no parece afectar el sentido.
[3]) Algunos autores toman 8:3-5 como un
agregado al pasaje, pero el texto como está tiene un sentido muy coherente y
mucha fuerza dramática.
[4]) Eugene Peterson (1988:84) observa que en
cualquier serie, los elementos más importantes son el primero y el último. En
ese sentido, dice Peterson, los sellos comienzan con la victoria de Cristo
(6:2), pasan por la oraci3n (8:3-5) y terminan con el triunfo del reino del
Señor (séptima trompeta, 11:15-19). De esa manera Juan, sin minimizar ni
explicar el mal, lo "encierra" entre corchetes de la victoria del
Cordero quien es Alfa y Omega.
[5]) Entre las muchas interpretaciones son: una
simple técnica literaria para crear suspenso, un silencio litúrgico, descanso
sabático, preaviso de una teofanía, asombro ante la gloria de Dios o los
terribles juicios que vienen, silencio militar antes de la batalla, silencio
antes de la nueva creación, y otras; cf. Wick (1998:512). Beale (1999:445-447)
insiste correctamente que el séptimo sello no está vacío de contenido propio,
pero parece subordinar el tema de la oración al del juicio, como contenido y
sentido princiqpal de la media hora de silencio.
[6]) Caird (1966:106) y Bauckham (1993A:70-83)
también apelan a este texto rabínico. Bauckham (p. 72) cita también Hekhalot
Rabbati: cada mañana Dios bendice a los JaYôT (seres vivientes que
rodean su trono, Ez 1:5), pero en seguida les manda callar: "Que la voz de
mis vivientes, que yo he creado, se calla ante mí; quiero oir y escuchar las
oraciones de mis hijos [Israel]". Según Midrash Rabbath, cuando
Israel pronuncia la Schemá, los ángeles se callan hasta que se complete la
adoración de Israel (Gen.R. 65.21). Bauckham cita muchos otros textos judíos
similares.
[7]) Curiosamente, el Apocalipsis nunca describe
este período como "tres años y medio" sino por varios equivalentes.
Tampoco habla de siete años.
[8]) Ford 1975:130; Ellul 1977:70; Prigent
1981:130; Roloff 1993:102; Foulkes 1989:98. Se señala también un posible
paralelo en Jos, GJ 6.5.3, que durante el sitio de Jerusalén una
brillante luz resplandeció durante una media hora.
[9]) Bauckham (1993A:79-82) cita a M.Tamid 3.2; M.Yom 3.5; Filón Spec.Leg
1.171,275-276; cf. Ford (1975:136); Schürer (1979 II:292-294, 302-307). El incienso se ofrecía también cada noche,
después del holocausto, de modo que los sacrificios del día iban entre el
incienso que precedía al primer sacrificio en la mañana y el incienso que
seguía al último sacrificio de la tarde. Por otra parte, Bauckham señala que no
se usaba el incienso en el culto cristiano sino hasta el siglo cuatro.
[10]) El oficiante fue escogido por suertes entre
los sacerdotes que no habían celebrado este ritual antes. Le acompañaban dos
sacerdotes auxiliares.
[11]) En las cortes orientales, sólo los
cortesanos más favorecidos y de mayor confianza podían estar en la presencia
inmediata del soberano.
[12]) DíezM IV:56. La traducción de los
nombres es discutible. Algunos mss de 1 Enoc añaden: "Y éstos son los
siete nombres de los arcángeles" (cf. 2 Esd 4:36). Otros
textos hablan de sólo cuatro arcángeles (1 En 9:1; 40:2,9; 54:6; 71:8). El Apocalipsis
no muestra ningún interés por sus nombres.
[13]) Las trompetas y los gritos tenían la
función de acordarle a Dios de su pacto para que reciba el sacrificio (1QS
10.5) o para que libere a su pueblo (Nm 10:9-10; 1QM 10.7). Algunas trompetas
en Qumran llevaban la inscripción, "recordatorio de venganza en el tiempo
señalado de Dios" (NIDOTT I:1105; III:873). Según Gemara 16b las trumpets
de Tishri se tocaban para confundir a Satanás (Caird 1966:108).
[15]) Sorprende lo poco que figuran las trompetas
en este último aspecto en la literatura extra-bíblica.
[16]) Charlier (1993 I:29,193). También cuando
David llevó el arca a Jerusalén le acompañaron siete trompetistas, cuyos
nombres se mencionan en 1 Crónicas 15:24, y cuando Nehemías dedicó el muro de
la ciudad siete sacerdotes tocaban trompeta (Neh 12:41).
[17]) El AT nunca nombra esta fiesta como tal,
pero algunos pasajes aluden a su celebración (Lv 23:23-25; Nm 29:1-6); cf.
Filón SpecLeg 1.35; 2.31.
[18]) Algunos autores afirman que se tocaban cien
trompetazos en el día de Rosh ha-Shanah (Año Nuevo), Stern 1996:489. Se llama
también "el día del clamor" (Maerten 1961:60-62).
[20]) Es imposible que el título insignificante
de "otro ángel" designara a Jesús como mediador celestial, como
afirman algunos. Roloff (1993:107) observa que el “otro ángel” no era del grupo
que estaba “de pie delante de Dios”; tuvo que “meterse” donde no le correspondía
y asumir funciones que no eran suyas. Cf. también el “otro ángel",
un quinto también “fuera de serie”, que retuvo los vientos de juicio en 7:1-3.
Son los “agentes irregulares” que Dios usa, que no pertenecen a las jerarquías
establecidas.
[21]) El altar de oro era pequeña, de unas 18
pulgadas cuadrado y 3 pies de altura (Ex 30:1-10), con una pequeña barandilla y
cuatro cuernos en sus esquinas (Ap 9:13).
[22]) Bauckham 1993A:74; Moore 1971 I:524,530: Sanh 103a; JerSanh 28c;
Peskita 156b; 162 a-b; Lev.R.30:3; Tg 2Cr 33:13; cf. 3 Bar 11:3-9; 1 En
9:1-11; 99.3.
[23]) La palabra griega traducida
"incensario", libanôtos, normalmente significa
"incienso" (1 Cr 9:29 Lxx; 1 Mac 1:22; 1 Esd 2:13), pero aquí el
contexto y el agregado "de oro" demuestra que se refiere más bien al
incensario. Según 1 R 7:50 (cf. 2 Cr 4:22; 1 Esd 2:13) en el templo se
usaban "incensarios de oro purísimo", pero de bronce antes en el
tabernáculo (Ex 27:3). Apocalipsis de Moisés 33 (gr.) afirma que al morir Adán,
los ángeles con incensarios de oro intercedieron por él "y el humo del
incienso cubrió el firamento" (DiezM II:334).Que nuestras oraciones sean
entregadas sobre el altar de oro, con un incesario también de oro, igual que en
el templo antiguo, subraya impresionantemente la importancia y la dignidad de
nuestro sacerdocio intercesorio.
[24]) Aquí es muy probable que el pasivo
impersonal señale a Dios como sujeto: Dios da a los arcángeles las trompetas y
al otro ángel el incienso celestial para agregarlo a nuestras oraciones. En 5:8
las mismas oraciones humanas son el incienso. Aquí las oraciones no son sólo de
los mártires (6:10) sino todos los fieles. Sobre el incienso ver comentario
arriba para 5:8.
[25]) Algunos sugieren que aquí las oraciones
humanas son los carbones encendidos en el incensario y el incienso es
intercesión celestial o angelical (Ford 1975:131; Harrington 1993:104). En
cambio, Bruce interpreta el dativo como hebraismo (Le de definición) y
lo traduce "mucho incienso, que consiste en las oraciones de todos los
santos" (Mounce 1977:182).
[27]) En 8:5 los truenos anteceden a los
relámpagos, como en Ex 19:16 y como ocurre en una tempestad. Pero 11:19 y 16:18
siguen el orden de 4:5.
[28]) Bauckham usa una analogía de la fotografía:
Juan llega a enfocar el juicio, después se acerca para una descripción más
completa, como un "close-up".
[29]) Ya lo hemos visto en cap. 7, y ahora en
8:1-4. Nuevas pausas llegan en 8:13; 10:1-11:14 (despues de seis trompetas);
14:1-5 (después del dragón y las bestias), 15:1-4 (después de anuncios de
juicios en 14:6-20, y antes de las copas de juicio), 18:1-19:10 (celebrando la
caída de Babilonia), etc. Cf. Ec 3:7, "un tiempo para callar, y un
tiempo para hablar" (aunque con un énfasis distinto).
[30]) El silencio era un tema central en la
teología de San Ignacio de Antioquía. Dios se reveló por Jesucristo, “su hijo,
que es Palabra suya que procedió del silencio” (Ign, Magn 8:2). A los
efesios escribió: “Más vale callar y ser que hablar y no ser...El que de verdad
posee la palabra de Jesús, puede también escuchar su silencio, a fin de ser
perfecto” (Ign, Ef 15:1-2 Gr; cf. 6:1; Fil 1:1).
[31]) Es especialmente apropiado que sea
precisamente el séptimo sello que introduzca el descanso en el ritmo de los
septenarios. Según algunos escritos apocalípticos el silencio también precedía
a la creacion (4 Esd 6:39; 7:30; 2 Bar 3:7; cf. Gn 1:2) y al éxodo (Sab
18:14-15: “cuando un sosegado silencio todo lo envolvía”) y precederá la nueva
creación (4 Esd 7:30-31; 2 Bar 3:7). Hay una fuerza creadora y liberadora en el
silencio.
[32]) El año sabático debía incluir también la
liberación de todo israelita bajo servidumbre (Ex 21:2-11; Dt 15:12-18; Jer
34:8-17) y la condonación de todas las deudas contraídas durante los seis años
anteriores (Dt 15:1-11).
[33]) Se discute hasta qué punto se practicaba el
Jubileo, pero hay mucha evidencia bíblica de que era más que un ideal utópico
(ver Stam 1998:90-95).
[34]) Los escritos de Qumran hablan también
de “el sonido tranquilo del silencio” (GarcíaM 1993:444) donde “se oye la voz
de un silencio divino” (445). Cuando los querubines se mueven, “hay una voz
silenciosa de bendición en el tumulto de su movimiento” (445).
[35]) Cf. el brillantemente irónico
comentaro musical sobre este versículo en el oratorio “Elías” de Mendelsohn.
[36]) No es necesario pensar, con R.H. Charles y
otros, que Dios tiene que callar a todos para que pueda oir nuestras oraciones.
El Señor no es sordo ni tiene problemas de oído. Hace callar a todos por la
importancia suprema que tienen nuestras oraciones.para Dios.
[37]) Bauckham 1993A:73. Esta tradición apela,
con típicos argumentos rabínicos, a Ez 1:24 (los seres vivientes cantaban con
sus alas pero las bajaban cuando Israel oraba) y Job 38:7 (“las estrellas del
alba” son Israel; los ángeles podían alabar a Dios en el cielo sólo después de
alabarle Israel en la tierra).
[38]) Bauckham 1993A:74-75; los mismos textos de
Hekhalot señalan que el ángel Shemu’el espera en las ventanas del cielo
inferior para recibir las oraciones de Israel y llevarlas a la presencia de
Dios en el cielo superior. Según Tg.Cantares (a Jos 10:12, “cállese sol”),
cuando Josué recitó el quinto de los diez cánticos de las escrituras, su
alabanza paró el sol y la luna por 36 horas (ellos dejaban de “recitar su
cántico” ante el cántico de Josué).
[39]) La figura de “olor grato” corrige nuestra
tentación de pensar en la oración como puramente verbal. Aquí, más que
escuchar la elocuencia o aparente fervor de nuestras plegarias, Dios las
“olfatea” buscando el olor de autenticidad y sinceridad del corazón, esencia
indispensable de la verdadera oración. Jenson y Olivier (NIDOTT III:1071)
defienden la validez de este antropomorfismo (los sentidos de olfato y gusto o
sabor no son más antropomórficos que vista, oído y tacto; cf. Nm 28:2)
pues “el culto judío emplea todos los sentidos para construir una experiencia
de Dios ricamente multimedia”.
[41]) Significativamente, el único papel humano
hasta el momento ha sido la oración de los mártires glorificados que describe
el quinto sello (6:9-11).
[42]) Es conocida la expresión: “Sin Dios,
nosotros no podemos hacerlo. Sin nosotros, Dios no quiere hacerlo”.
[44])
Estas palabras han inspirado grandes creaciones musicales, sobre todo el
“Aleluya” del Mesias de Jorge Federico Haendel.
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