Juan Stam
El mundo entero, fascinado, iba tras la bestia
y adoraba al dragón...
También adoraban a la bestia y decían,
"¿Quién como la bestia?
Quién puede combatirla?"...
A la bestia le adorarán todos los habitantes de la tierra...
Ha quedado
bien claro sobre la marcha de la exposición de este capítulo, cuál es su tema
central y su propósito pastoral. Su tema central es la idolatría, sobre todo el
culto al emperador y al imperio. Su mensaje pastoral consiste en advertir a los
creyentes, sobre todo los nicolaítas, que acomodarse a esas prácticas es
idolatría, totalmente inaceptable para los que saben que Jesucristo es el único
Señor.
Nos resulta
muy difícil imaginar que la idolatría puede ser un problema para nosotros hoy.
Los nicolaítas tampoco veían ningún peligro, pero Juan les avisó que en
realidad era al diablo mismo, la antigua serpiente, a quien estaban adorando.
¿Puede ese mensaje decirnos algo a nosotros en el siglo XXI?
El profeta
Oseas denuncia, con mucha ironía, la idolatría de Samaria, por haber puesto su
esperanza en Egipto y Asiria (Os 7:8-16). Añade dos veces, "pero él ni
cuenta se da" (7:9) y la tercera vez, "pero él no se vuelve al
Señor" (7:10). Claro, si no se da cuenta de su idolatría, ¿cómo va a
volver al Señor? En tiempos de Juan, los nicolaítas eran idólatras por rendir
culto al imperio, "pero ellos ni cuenta se daban" tampoco. Y
entonces, viene la pregunta bien difícil: ¿Podría haber idólatras hoy, hasta
"evangélicos", de quienes el profeta tendría que decir igualmente,
"pero ellos ni cuenta se dan"?
La idolatría
no consiste únicamente ni principalmente en la veneración de imágenes, ni
tampoco requiere renunciar abiertamente al Dios verdadero. Para ser idólatra
basta tener otros valores supremos al lado de Yahvé. El
AT habla de "ir tras dioses extraños", los ídolos de los pueblos
vecinos , pero también denuncia una idolatría más sutil. Según los autores
bíblicos, idolatría es también poner su confianza en algo o alguien que no es
Dios (Job 31:24-25; Isa 20.5; 30.12). Es idolatría, por
ejemplo, esperar la salvación de las riquezas y "poner el corazón en
ellas" (Salmo 62:5,8,10; cf. Sal 52.9). Idolatría también es gloriarse en
la propia sabiduría, el poder o las riquezas en vez de gloriarse en Dios (Jer
9:23-24; cf. 22:15-16). "La idolatría consiste en
caminar no hacia Dios sino detrás de un fetiche" (Gutiérrez 1989:126; Jue
2:12, cf. Ez 33:31).
El primer
mandamiento tiene un sentido muy profundo en cuanto al culto que hemos de
rendir a Yahvé y no a nada ni a nadie más que a él. Los
ídolos son hechos por los humanos y cargados aquí y allá por la gente; ni
caminan ni hablan (Isa 44:9-20; Jer 10:1-16; cf. Sal 115:4-8; Sab 13:10-14:11; 15.14-17). Las imágenes fueron hechas por seres humanos,
pero Yahvé es quien los creó a ellos con sus propias manos y a su propia imagen. Los ídolos ofrecen beneficios pero no
pueden exigir nada. La imagen está a la dispoción y servicio del ser humano.
Pero Yahvé es soberano, no está disponible para nuestros deseos ni está sujeto
a las órdenes de nadie. Por eso acierta Caravias
al comentar que el deuteronomista recuerda a los israelitas que cuando Dios se
reveló a ellos,
"ustedes oían el rumor de las palabras y
no veían figura alguna; sólo oían una voz” (Dt 4:12) ... La imagen no exige
nada al hombre. La palabra, en cambio, es comunicación y exigencia. El Dios de
la Biblia, percibido esencialmente como exigencia de justicia, deja de ser Dios
en el momento en que, objetivado en una representación cualquiera, deja de
interpelar. Dios interpela, exigiendo siempre más; el ídolo pide siempre menos:
justifica cualquier tipo de medianía, injusticia o desamor. Por ello la presencia
de Dios se manifiesta principalmente a través de la Palabra; en cambio, las
actitudes idolátricas se manifiestan especialmente a través de imágenes. Lo que
se pretende, pues, con la prohibición de imágenes de Dios es cortar la
tentación continua de querer achicar o manipular a Dios. (Caravias s.f., p.8)
Esa tradición
yahvista-profética y anti-idolátrica, partiendo del encuentro de Moisés con el
indefinible "Yo soy el que soy", reapareció con Elías y los demás
profetas hebreos, y sigue, con mucho énfasis, hasta el libro de Apocalipsis.
La idolatría
de Israel, en tiempos de Elías y Eliseo, no comenzó con una decisión de
rechazar a Yahvé a favor de Baal, sino con el intento de achicar y manipular a
Yahvé por medio de una paulatina "baalización del Yahvismo". No
consistió en adorar a Baal en lugar de Yahvé, sino adorar a Baal al lado de
Yahvé y además de Yahvé. Poco a poco penetró sutilmente la idea de que no había
problema en adorar a ambos dioses, y ambos estarían contentos, para asegurar
mejor la prosperidad de la nación. El mismo rey Acab, y su reina Jezabel,
creían en Yahvé y dieron nombres yahvistas a sus hijos. Sólo pensaban
"suplementar" la fe de Moises, del "Yo soy el que soy", con
otro culto más, el de Baal, y pronto el pueblo de Dios se llenó de
"yahvistas baalizados". Pero como Yahvé es un esposo muy celoso por
su esposa (Israel), esa infidelidad provoca su ira. "El celo de Yahvé
consiste", escribe von Rad, "en que él quiere ser el único Dios de
Israel y no está dispuesto a compartir su derecho a la reverencia y al amor con
ninguna otra potencia divina" (1972 I:267).
En esa
coyuntara, cuando Israel prosperaba y Acab ganaba grandes victorias militares,
aparece un desconocido del otro lado del río Jordán, que se llamaba Elías. Este
profeta rechaza enérgicamente esa idolatría de doble culto como "claudicar
entre dos pensamientos" (1 R 18:21 RVR). En seguida Elías plantea una
opción totalmente excluyente: "Si Yahvé es Dios, síganlo; o si Baal,
síganlo a él": ¡cualquier de los dos, pero no ambos! En eso estuvo la
radicalidad, desconocida en el ambiente, del plantamiento de Elías: Yahvé se
niega a ser una mitad de cualquier fórmula de "esto, y también
aquello". Elías fue anticipado por Josué, quien en el pacto de Siquén
exhortó al pueblo, "si a ustedes les parece mal servir a Yahvé, elijan
ustedes mismos a quiénes van a servir ... Por mi parte, mi familia y yo
serviremos a Yahvé" (Jos 24:15). La misma disyuntiva ineludible está
detrás de la exigencia de Jesús, "O Dios o Mamón, pero no ambos" (Mat
6:24) y la condena de los nicolaítas en el Apocalipsis (Ap 2:6,15: O Cristo es kurios, o César es kurios, pero no ambos).
Después, los
profetas escritores añadirán una dimensión totalmente nueva a la polémica
contra la idolatría: condenan lo que podríamos llamar "idolatría sin
ídolos", o "idolatría implícita". En sus
escritos, los profetas denuncian lo que Sicre (1979:43) llama "idolatría
secular", que no tiene que ver con cultos y rituales sino con un estilo de
vida que pone a otras cosas encima de Dios. Por eso, en
los libros proféticos, el tema de la idolatría casi siempre va en estrecha
relación con el pecado social. Las dos formas de idolatría oculta que más
denuncinan los profetas son la divinización del poder y la divinización de la
riqueza.
1) La idolatría como culto
al poder: "El
poder, según la Biblia", escribe Caravias (s.f., p.14), "también
puede ser un ídolo. Se trata del poder considerado como un valor absoluto, ante
el que se depositan todas las esperanzas, ya sea el poder de las grandes
potencias o simplemente el poder nacional, regional o aun el local y
familiar." Mientras en toda la tradición
extra-bíblica la autoridad estatal se trataba como sagrada, en la tradición
profética judía se ve como una tentación idolátrica. Eso puede considerarse la
primera vez en la historia humana en que se atreve a cuestionar y relativizar
el poder de las autoridades. Si el pueblo de Dios confía en su propio poder, o
se gloría en él, no está confiando en Dios y gloriándose en Dios (Jer 9:23-24;
cf. Am 2:24).
Al denunciar
el culto al emperador, Juan se identifica con una larga tradición judía de
denuncia profética contra la idolatría del poder absoluto. En el año 6 d.C.
Judas el Galileo sublevó al pueblo cuando Judea fue convertida en provincia
romana y se preparó un censo con fines de cobrar impuestos (Jos GJ 2:118,433; 7:253-57; Ant 18:4-10,23-25,102).
Judas se opuso a dicho censo porque la tierra pertenecía sólo a Dios y no a los
romanos, y porque someterse a César y cooperar con el imperio violaba el primer
mandamiento de "no tener otros senores ante mí".
Posteriormente, a inicios de la guerra judía (66-70 d.C.), la "cuarta
filosofía" (¿esenios?), según Josefo, pregonaban la consigna, "Ningún
señor excepto Dios" (GJ 18.23). David Rhoads comenta: "Este
principio representó una interpretación novedosa del primer mandamiento que
clasificaba a toda colaboración con César y los romanos como lealtad idólatra a
un señor que no era Dios" (Anchor VI:1046a). Josefo acusa a esta secta de encendiar a
las masas y llevar al pueblo judío a la ruina "por causa de lo
novedoso de esta filosofía antes desconocida" (Ant 18.9).
Este tema es
central al argumento de todo el Apocalipsis y especialmente del capítulo 13,
como es también de crucial importancia para nuestro mundo actual, por lo que
merece un análisis más extenso.
2) Trasfondo: la teología bíblica del poder. Esta enseñanza bíblica es tan amplia, que
sólo tocaremos algunos aspectos de la enseñanza antiguotestamentario que
orienta al mensaje profético. Las escrituras hebreas,
desde sus inicios, condenan la prepotencia de "Babel" (Gn 11;
Babilonia) y exaltan la gracia y poder de Dios por medio de la debilidad de
Abraham y Sara (Gn 12). En el relato de la torre de Babel, escuchamos ecos de
la severa critica profética del poder. En la historia de los patriarcas nace la
teología bíblica del poder, como teología de la gracia. Lo mismo se destaca en
los relatos del éxodo: Israel no fue liberado por sus propias fuerzas sino por
la mano poderosa y el brazo extendido de Yahvé (Ex 3:19, Dios los liberará
"por la fuerza"; Ex 15:6-7,13,16; Dt 4:34,38 "gran despliegue de
fuerza y poder ... que desalojó a naciones más grandes y más fuertes que
tú"). A fin de cuentas, todo poder es de Dios, y toda la gloria ha de ser
para él.
Según esta
teología del poder, la autoridad de los gobernantes es delegada, derivada y
relativa. Por eso Israel no coronaba a sus reyes, sino los ungía en nombre de
Yahvé. Todas la victorias del rey eran logradas por el
poder de Dios: "El es quien pone los pueblos a mis pies" (Sal 144:2).
Sólo Yahvé es la fortaleza de su pueblo (Sal 28:8; cf. 68:34-35), y sólo él
puede ser la ayuda de ellos en todo tiempo (Sal 28:7; 30:10; 37:40; 46:1,5; Isa 41.10).
Tan importante era esta convicción, que se plasmaba en nombres compuestos por YeZeR ("ayuda") junto con "El"
o "Yah" (p.ej., Eliezer, Azarel, Azriel, Azariah). La misma raíz
aparece en la piedra que colocó Samuel, AeBeN HâYâZeR
(Ebenezer: piedra de ayuda, 1 Sm 7:12), interpreteda después como "Hasta
aquí nos ayudó Yahvé" (RVR; NBE).
E. Laarman, un
pastor reformado de Grand Rapids, Michigan, analiza muy bien la crítica
antiguotestamentaria al poder (ISBE III:927). Primero, poseer poder fácilmente
debilita la confianza en Dios y su poder, como en el caso del rey Uzías (2 Cr 26:7,15-16; cf. Dt 8:17-18; 1 Sm 2:9
"¡Nadie triunfa por sus propias fuerzas"). Segundo, el poder tiende a
volverse injusto y oprimir a los pobres (Sal 10:2,9-11; Ecl 4:1; Job 35:9); con
el poder viene la tentación de abusarlo. En tercer lugar, el encanto y el
impacto del poder fácilmente le da al poder una prioridad sobre otras virtudes,
que no debe tener. "Mejor es la sabiduría que la fuerza... Mejor es la
sabiduría que las armas de guerra" (Ecl 9:16,18 RVR, BJ; cf Sal 147:10-11;
Prv 16:32; Jer 9:23-24).
Dios es el
único dador de poder, tanto a los reyes de su pueblo como a los de otros
pueblos, y cualquier gobernante, de la nación que sea, que llega a creerse
dueño de su propio poder, con esa soberbia ofende a Dios y termina abusando del
pueblo. Del rey Uzías de Jerusalén nos dice el
cronista, "con la poderosa ayuda de Dios, Uzzías llegó a ser muy
poderoso" (26:15), pero "cuando aumentó su
poder, Uzzías se volvió arrogante" (2 Cr 26:7,15-16) y Dios castigó esa
presunción con la lepra (26:19-20). El mismo principio se aplica al poder de
los reyes gentiles (Isa 10:5-14; Ez 28:2-5). Dios envió a Asiria "contra
una nación impía ... un pueblo que me enfurece" (Israel), pero en vez de
servir a Dios con el poder que les había dado, los asirios dijeron, "Esto
lo hizo el poder de mi mano, porque soy inteligente" (Isa 10:5-14). Del
rey de Tiro, en el apogeo de su poder, dice Ezequiel, "En la intimidad de
tu arrogancia dijiste, 'Yo soy un dios' ... sentado en un trono de dioses.
Pero", responde el profeta, "tu no eres un dios, aunque te creas que
lo eres. ¡Tu eres un simple mortal". He aquí la tentación luciférica
escondida como serpiente dentro de las entrañas del poder, la seducción del
poder sobre Luzbel (Babilonia; Isa 14:12-15).
Un ejemplo
dramático de este concepto de poder es la historia de Gedeón. Frente a las
tropas multitudinarias de los madianitas, Gedeón tenía sólo 32 mil hombres.
Pero Yahvé le dijo, "Tienes demasiada gente para que yo entregue a Madián
en tus manos" (Jue 7:2). Entonces, "a fin de que Israel no vaya a
jactarse contra mí y diga que su propia fuerza lo ha liberado", Dios le
ordenó despedir a todos los temerosos. Se fueron 22,000 soldados y quedaban
10,000. "Pero Yahvé le dijo a Gedeón, 'Todavía hay demasiada gente'",
y por la famosa prueba de "lamer el agua con la lengua, como los
perros" (7:5), Gedeón redujo el contingente a sólo 300 soldados, frente a
los madianitas que eran numerosos como langostas, con incontables camellos
(7:12), y esa noche Dios entregó a los madianitas en manos de Gedeón (7:9). Es
típico del pensamiento hebreo concebir el poder de Dios en proporción inversa a
la fuerza humana (cf. 2 Cor 12:7-9).
La misma actitud
hacia el poder se expresa en el mensaje que el ángel reveló a Zacarías para
Zorobabel y Josué, gobernador y sacerdote respectivamente del pueblo que
regresó del cautiverio en Babilonia:
No será por la fuerza
ni por ningún poder,
sino por mi Espíritu
-- dice Yahvé
Todopoderoso --.
¿Quién te crees tú,
gigantesca montaña?
¡Ante Zorobabel sólo eres
una llanura ...
A partir de
esta teología del poder, un profeta como Miqueas hace una crítica acerba de los
gobernantes y su abuso de poder:
¡Ay de los que sólo piensan en el mal,
y aun acostados hacen planes malvados.
En cuanto amanece, los llevan a cabo
porque tienen el poder en sus manos (Miq 2:1).
Frente a la
absolutización de las autoridades que solía caracterizar las sociedades
contemporáneas, en Israel había mucha criticidad ante las autoridades. "El
Deuteronomio", señala Caravias (s.f. p.9), "desconfía
sistemáticamente de la monarquía, pues ve en ella el doble peligro de idolatría
y la opresión consiguiente del pueblo". El AT prohibe a los reyes
acumuluar poder y riquezas (Dt 17:14-20) y condena los abusos de los
gobernantes incumplidos e injustos (1 R 21:16; 2 R 21:1-11,16). Sobre el peligro
de la absolutización del poder político, Sicre comenta con mucha percepción que
"esta idolatría de los políticos daña los intereses de los ciudadanos bajo
capo de un futuro mejor y más seguro... La seguridad de un régimen se compra al
precio de la inseguridad del pueblo" (p.84).
Esta teología
se resume muy concisamente en la fórmula clásica, "Tuyo es el poder"
(Mt 6:13; 1 Cr 29:11; cf. Ap 4:11; 5:12; 19:1; 1 Tm 1:17) y se expresa con
majestuoso dramatismo en la visión apocalíptica del gran trono supremo rodeado
de veinticuatro tronos súbditos (Ap 4-5).
3) La idolatría como confianza en las superpotencias de turno. Un aspecto de esta teología del poder, muy
enfático en los profetas hebreos, es el rechazo tajante de toda alianza con
cualquier potencia extranjera. Precisamente porque todo poder pertenece a
Yahvé, y Yahvé es la única ayuda de su pueblo, ir a buscar otras ayudas es
traicionar a Yahvé. Entre los temas más enfáticos y
repetitivos de los profetas preexílicos, es la denuncia de esas alianzas como
una divinización del poder de las superpotencias en lugar del poder de Dios.
Isaías 20:5-6 describe el resultado:
Los que confían en Etiopía y se enorgullecen
de Egipto quedarán aterrados y avergonzados. En aquel día los habitantes de
esta costa dirán: Fíjense, ahí tienen a los que eran nuestra esperanza,
¡aquellos a quienes acudíamos en busca de ayuda, para que nos libraran del rey
de Asiria! Y ahora, ¿cómo podremos escapar?
Más adelante,
el profeta vuelve a condenar las alianzas internacionales y las identifica como
idolatría:
¡Ay de los que descienden a Egipto en busca
de ayuda, [cf. 30:1-5]
de los que se apoyan en la caballería,
de los que conf'ían en la multitud de sus
carros de guerra
y en la gran fuerza de sus jinetes,
pero no toman en cuenta al Santo de Israel,
ni buscan al Señor! ...
Los egipcios en cambio son hombres y no
dioses,
Oseas se
empeña especialmente en denunciar las esperanza que Israel (reino del norte)
depositaba en Asiria para defenderlos contra Egipto (8:8-10; Sicre 1979:34-50; cf. 12:1). Para este profeta, al
"recurrir a Asiria" (5:13) Israel estaba "empeñado en seguir a
los ídolos" (5:11 cf. Lxx). Creían que Asiria podría curar sus heridas (5:13), cosa que sólo Dios
puede hacer (6:1; 7:1; 14:4 hebr; supra n.4). Sicre observa acertadamente que aquí
"los imperios han ocupado de nuevo el puesto de Dios" (1979:43).
Yahvé llama a Israel a arrepentirse y reconocer que "Asiria no podrá
salvarnos... Nunca más llamaremos 'dios nuestro' a cosas hechas por nuestras
manos" (14:1-3).
Jeremías
también acusa a esas alianzas de poner a las superpotencias contemporáneas en
el lugar de Dios. "¿Qué sacas con ir a Egipto", pregunta a Israel,
"a beber agua del Nilo? ¿Qué sacas con ir a Asiria a beber aguas del
Éufrates?" (2:18), cuando sólo Dios es "fuente de agua viva"
(2:13). Esas alianzas, que son "cisternas rotas" (2:13), constituyen
una infidelidad que Dios castigará (2:19,36-37; cf. 17:5-8). Ezequiel 23
describe esa misma idolatría con un relato muy dramático de la prostitución de
dos hermanas, Aholá (la mayor; Israel) y Aholibá (la menor; Judá), por causa de
las alianzas que buscaron con otras naciones (los asirios, 23:5,12; los
babilonios 23:14-17) en vez de permanecer fieles a Yahvé.
4) La idolatría como confianza en las armas y el poderío militar. Obviamente, el elemento central de la
"fornicación" idólatra de Israel con las superpotencias era su
confianza en las armas y los pertrechos de guerra de esos aliados. El cronista
relata que al principio el rey Uzías "se empeñó en buscar a Yahvé";
"Mientras Uzías buscó a Dios, Dios le dio prosperidad" (2 Cr 26:5) y
"Dios le ayudó en su guerra contra los filisteos, contra los árabes...y
contra los meunitas" (26:7). Uzías "llegó a tener tanto poder que su
fama se difundió hasta la frontera de Egipto" (26:8). Logró fortificar
bien a Jerusalén con torres (26:9-10) y contaba con un ejército grande y bien
organizado (26:11-13), armado hasta los dientes (26:14). Hasta inventaron unas
máquinas de guerra para disparar flechas y piedras (26:15). Pero esa carrera armamentista
y militarista fue la ruina de Uzías. Como ya hemos visto, Uzías se sentía dueño
de todo ese poder y se enorgulleció de haberlo alcanzado. "Cuando aumentó
su poder,", nos dice el texto bíblico, "Uzzías se volvió
arrogante" (2 Cr 26:7,15-16; cf Os. 7:15-16) y Dios le tuvo que castigar con lepra
(26:19). ¡Cuán actual parece todo ese relato hoy!
Las fuertes
denuncias de Oseas contra las alianzas se concentra también en el aspecto
militar de esa idolatría. Las alianzas que el profeta condena eran sobre todo
pactos de ayuda militar mutua, en busca de una salvación de las amenazas de
otras potencias (una especie de OTAN oriental). Por eso, Yahvé llama a Israel a
arrpentirse de haber "montado caballos de guerra" (Os 14:3;
probablemete, haber montado sus esperanzas en recursos militares). En la figura
del caballo, Oseas y otros profetas sintetizan toda la confianza en armas; el
caballo era sobre todo un símbolo de fuerza física y de poderío militar (Job
39:19; 2 R 2:12; 13:14; Is 30:12; Jer 8:16; 12:5), a menudo asociado también
con carros de guerra (Ex 15:1,4-5; Is 31.1; Jer 4:13).
El mismo tema
aparece, con más detalle, en Isaías. “Pobres de aquellos que bajan a Egipto ...
Pues confían en la caballería, en los carros de guerra, que son numerosos, y en
los jinetes porque son valientes” (Is 31:1), porque “el egipcio es un hombre y
no un dios, y sus caballos son carne y no espíritu" (31:3). En cambio, el
pueblo de Dios ha de encontrar su fuerza y salvación en Yahvé, no en los
instrumentos de guerra (Is 30:15-16): los caballos no servirán ni para huir
(30:16). Ezquiel es aun más mordaz. Aholá y Aholibá se dejaron manosear los
pechos por "guerreros ... oficiales y hábiles jinetes con corceles"
(23:3,8,12,21,23) y con carros y carretas, cascos y escudos (23:24).
Enloquecidas por el erotismo de la superpotencia de sus amantes (23:20), las
dos hermanas se prostituyeron en repetidos proyectos políticos y militares
(23:5-10; 16-21). Al fin los amantes se cansaron de ellas (23:10,22,25-26) y
cayó sobre ellas el juicio de Dios (23:10,22,27). Las mismas fuerzas armadas y
pertrechos de guerra de que se habian enamorado, ahora vienen contra ellas para
destuirlas (23:22-24).
Esta antítesis
radical entre fe en Yahvé y confianza en la fuerza de las armas se expresa
también en varios salmos:
Unos confían en sus carros de guerra,
y otros confían en sus corceles,
pero nosotros confiamos en el nombre de Yahvé
nuestro Dios (20:7).
Vana esperanza de victoria es el caballo,
a pesar de su mucha fuerza no puede salvar.
Pero Yahvé cuida de los que le temen,
de los que esperan en su gran amor;
él los libra de la muerte,
y en épocas de hambre los mantiene con vida
(33:17-18)
Yahvé no se deleita en los bríos del caballo,
ni se complace en la agilidad del hombre,
sino que se complace en los que le temen,
en los que confían en su gran amor (147:10-11)
¿Habrá
naciones hoy, hasta "cristianas", que han depositado su fe y
esperanza en las armas más que en Dios? ¿Qué dirían los profetas?
5) La idolatría como culto a las riquezas: Las escrituras hebreas nos plantean una
teología básica de los bienes materiales, bastante parecida a su teología del
poder, vista anteriormente. El principio básico y punto de partida es que el
universo entero pertenece a Yahvé, Creador de todo y su único dueño.
el mundo y cuantos lo habitan;
porque él la afirmó sobre los mares,
lo estableció sobre los ríos (Sal 24:1-2).
La tierra no se venderá a perpetuidad,
porque la tierra es mía
y ustedes no son aquí más que forasteros y huéspedes (Lev 25:23).
Al contrario
de cualquier idea de propiedad privada, el concepto bíblico ve la propiedad y
todas las posesiones del ser humano como "préstamo" y tenencia
delegada con responsabilidad al verdadero dueño, Dios.
Ningún ser humano es "dueño" de nada, sino sólo mayordomo. Aun la
inteligencia y las fuerzas para acumular bienes son regalos del Creador.
"No se te ocurra pensar, Esta riqueza es fruto de mi poder y de la fuerza
de mis manos. Recuerda a Yahvé tu Dios, porque es él quien te da el poder para
producir esa riqueza" (Dt 8:17-18; cf. 1 Cr 29:12; Jer 9:23-24). El rico
no debe confiar en su riqueza ni en sus propios poderes, sino sólo en Dios:
¿Acaso he puesto en el oro mi confianza,
o le he dicho al oro puro, En ti confío'?
¿Me he ufanado de mi gran fortuna,
de las riquezas amasadas con mis manos? (Job 31:24-25)
A partir de
estos presupuestos, los profetas hebreos van más allá de la denuncia de abusos
de los ricos contra los pobres, a realizar una crítica más profunda de las
riquezas en sí. El proceso comenzó con el profeta Amós, con denuncias
fuertemente concentradas en las injusticias económicas. Muy consciente de la
desigual distribución de los bienes, y con un agudo ojo para las realidades
socio-económicas, Amós condenó con mucho detalle los lujos ostentosos de los
privilegiados. Los ricos comen corderos selectos y terneros engordados (6:4) y
beben vino en tazones (6:6; 5:11; cf.; 2:12). Sus mujeres ("vacas de
Basán") dicen a sus esposos, "¡Traígannos de beber" (4:1). Se
perfuman con las esencias más finas y, como les sobra tiempo libre, se
entretienen con improvisar canciones e inventrar instrumentos musicales (6:6).
Se recuestan en divanes de Damasco (3:12) y duermen en camas incrustadas de
marfil (6:4; 3:12).
Lo que provocó
la cólera más encendida de Amós eran los lujosos edificios de Samaria, y aun de
otras ciudades (Sicre 1979:112). El profeta anuncia el
castigo divino sobre "la casa de invierno y el chalet de verano" de
los ricos, y sobre sus "casas adornadas de marfil" (3:15) y
"casas de piedra labrada" (5:11). Pero lo más detestable para Amós
eran los palacios (o mansiones). Amós utiliza la palabra AaRMeNôT (palacios) nada menos que 13 veces, más de un
tercio de lo que aparece en el AT (33 veces). Todos los
siete oráculos contra las naciones (Am 1:3-2:5) terminan con la misma sentencia
de juicio: el fuego consumirá sus palacios (1:4,7,10,12,14, 2:2). En la frase
más tajante que se puede imaginar sobre este tema, Amós transmite la ira de
Dios: "yo aborrezco sus palacios" (6:8-11), igual que odia sus
hipócritas solemnidades religiosas (5:21). En 3:14 Amós vincula este culto al
lujo directamente con la idolatría ("los altares de Betel"), lo que
Sicre clasifica como "la intuición genial de Amós" (1979:112).
Lo más
oprobioso de la conducta de estos ricos fue que vivían "tranquilos en
Sión" (6:1) frente a la desigualdad, la injusticia y el sufrimiento ajeno.
Disfrutan sus lujos "sin afligirse por la ruina de José" (6:6). Como
élite privilegiada, son una verdadera "sociedad de consumo" que viven
"el banquete de los holgazanes" (6:7). Viven para llenar sus
mansiones de lujos para todo el futuro, pero más bien están llenándolas de
violencia, rapiñas, despojos y finalmente, condenación (3:9-11; Sicre
1979:111). Desprecian sin escrúpulo alguno a la imagen del Creador, cuando
venden al ser humano como mercancía (2:6-7; 8:5-6). Por eso, sus ceremonias
religiosas son una abominación ante Dios (5:21-24; cf. 4:4-5; 5:4-5).
Sicre
(1979:110) resume bien el grave pecado de esta élite de Samaria: aunque no ha
negado a Dios explícitamente, "se lo ha expulsado de la vida diaria, no se
lo tiene en cuenta", y de eso tiene la culpa "el dinero, que acapara
por completo el corazón del hombre". Según la crítica profética de Amós,
"el lujo, la abundancia, la posibilidad de enriquecerse, es la única meta
de la clase dominante de Samaria" (1979:110). En otras palabras: ¡el culto
al dinero! Los demás profetas refuerzan esta denuncia del materialismo
consumista. Cuánto más prosperaba Israel, denuncia Oseas, más se llenaba de
ídolos (Os 10:1; cf. Is 2:7-8), que eran sobre todo "los ídolos
seculares": agua, pan, lana, lino, aceite, y demás bienes materiales.
Según la "teología de la prosperidad" de ellos, "la orientación
fundamental de la vida, el único punto de apoyo, la única meta", eran las
riquezas; eran su verdadero dios (Sicre 1979:101c). Los ricos, según Miqueas,
no sólo cometen crímenes sino también, "para colmo, se apoyan en Yahvé,
diciendo: `¿No está Yahvé entre nosotros?'" (Miq 3:11; cf. 2:1-5).
El profeta
Isaías, con palabras tan pertinents hoy como en el siglo ocho a.C., relaciona
los tres temas que hemos visto: riqueza, poder e idolatría:
Su tierra está llena de plata y oro,
sus tesoros no tienen fin [Produco Bruto Interno].
También está su tierra llena de caballos [armas],
y sus carros [tanques] son innumerables.
Además su tierra está llena de ídolos [ideología],
y se han arrodillado ante la obra de sus manos
y ante lo que fabricaron sus dedos (Is 2:7-8).
En la misma
línea de pensamiento, Jeremías plantea la disyuntiva radical entre la confianza
en la sabiduría, la valentía y la riqueza y el conocimiento de Yahvé (9:23-24):
¡Ay del que edifica su casa
y sus habitaciones superiores
violentando la justicia y el derecho! ...
¿Acaso eres rey
sólo para acaparar mucho cedro?
Tu padre [Josías] no sólo comía y bebía,
sino que practicaba el derecho y la justicia ...
¿Acaso no es esto conocerme?
-- afirma Yahvé --
Pero tus ojos y tu corazón
sólo buscan ganancias deshonestas [cf. Ezq 33:31; 22:13],
sólo buscan derramar sangre inocente
Jesús, el
profeta por excelencia, retoma y radicaliza todo este mensaje
antiguotestamentario, especialmente en términos de la disyuntiva radical que
planteó Elías ("o Yahvé o Baal, pero no ambos", 1 R 18:21,39):
Nadie puede servir a dos señores,
pues menospreciará a uno y amará al otro,
o querrá mucho a uno y despreciará al otro.
No se puede servir a la vez a Dios
y a las riquezas (mamôna; Mt 6:24; Lc 16:13).
Un dicho similar que
aparece en el Evangelio de Tomás lo expresa muy vívidamente: "No es posible
que un hombre monte dos caballos o tense dos arcos" (#47). Al aludir casi
verbalmente a una de las exigencias más tajantes del AT, la de Elías, Jesús da
a entender que, en su propio tiempo, la tentación a divinizar las riquezas era
tan peligrosa, y tan blasfema, como había sido el culto a Baal en tiempos de
Elías (Sicre 1979:102).
La palabra mamônas no aparece en el griego clásico ni en la
LXX, y sólo tres veces en el NT (Mt 6:24; Lc 16:9,11).
Hay algún consenso en que se relaciona con el verbo AâMaN (estar firme, duradero, Köhler y Baumgartner
2001 I:63; Coenen IV:109). En tal caso, el sentido base sería
"aquello en lo que se puede confiar" (Bonnard 1976:146; BalzSch
II:146). Colin Brown añade una segunda dimensión, "lo que le es confiado a
uno" ((NIDNTT II:837a; cf. Fitzmyer 1985 II:1109). En ambos casos,
"Mamón" se derivaría de la misma raíz que "Amén".
(¡Interesante! El adorador del dinero dice "Amén" a los bienes
materiales; el creyente fiel dice el "Amén" de su entrega
incondicional sólo a Dios).
Sabemos que en
la antigüedad, algunos esclavos de hecho pertenecían a dos amos, y la tradición
hebrea definía las condiciones de obediencia en tales circunstancias (StrB
I:433-434). Pero implícita en las palabras de Jesús está la exigencia de una
entrega total e incondicional, sea a Mamón (como de hecho la exige) o a Dios,
pero nunca a ambos. Eso lo confirman los tres verbos claves del texto: servir (douleuô), odiar/amar (miseô/agapaô), ser leal/despreciar (antéjomai/katafroneô), los que en el contexto implican una opción
exclusiva (BalzSch II:146). "Servir" aquí (douleúô) tiene el significado básico de "ser
esclavo de" (doulos), "una persona que está completamente supeditada a un
superior" (BalzSch I:1062b). En el binomio
amar/odiar, el sentido de miseô (odiar), más que
"aborrecer" significa "amar menos" o "no amar"
(Gn 29:30-31; Dt 21:15-17; Ecl 3:8; cf. Lc 14:26 con Mt 10:37). Igualmente, con
dos amos será inevitable adherirse a uno (antejomai; Tito 1:9) pero despreciar (katafroneô; 1 Co 11:22; Ro 2:4 cf. Heb 12:2), traicionar (Prv 25:9; Os 6:7;
Hab 1.5; 2.5; Sof 3.4), defraudar (Jer 2:36) y desobedecer (2 P 2:10; 4 Mac 4:26; Jos Ant 2:207) al otro. Con el mismo verbo, 1 Tm 6:2
exhorta a los esclavos a no faltar respeto (mê katafroneitôsan) a sus amos creyentes.
De Tuya
(1977:109) resume fielmente el sentido de todo este texto: "El corazón ha
de estar totalizado en Dios". Si Dios no es todo en nuestra vida, Dios no
es nada, porque no sería Dios. Fitzmyer (1985:1107, 1109), comentando Lucas
16:13, acierta al afirmar, "Este dicho de Jesús plantea muy radicalmente
la actitud hacia el dinero: ¡o Dios o Mamón! ¿Cuál de esos dos va a gobernar mi
vida? Nadie puede servir a ambos. La búsqueda de la riqueza me reduce al
esclavo de ella y no puedo servir realmente a Dios. Así el Mamón termina siendo
el dios a quien sirvo".
Jesús
intensificó y radicalizó toda la crítica profética del culto a los bienes
materiales e hizo explícita su idolatría. Es sorprendente la centralidad de
temas económicos en la enseñanza de Jesús y la severidad de su condena de la
obsesión con los bienes materiales (que hoy llamaríamos materialismo consumista). Mateo 6 y Lucas 16 se concentran especilamente en la
problemática ética de las riquezas. Según Lucas 6:20, Jesús dijo, "¡Ay de
ustedes los ricos, porque ya han recibido su consuelo!"; dijo que la
seducción de las riquezas no dejan crecer la semilla del evangelio (Mt 3:22) y,
con humor irónico, dijo, "¡Qué difícil es para los ricos entrar en el
reino de Dios! En realidad, le resulta más fácil a un camello pasar por el ojo
de una aguja, que a un rico entrar en el reino de Dios" (Lc 18:24-25).
¿Por qué dedicó Jesús tanta atención a los temas económicos, y sobre
todo, por qué escogió el culto a Mamón como la forma de idolatría que más
quería denunciar? Sus ataques a la avaricia idólatra
son mucho más severos que su condena de los pecados sexuales, la mentira, la
borrachera y otros pecados que consideramos escandalosos y que de hecho son
también esclavizantes. Es obvio que Jesús conocía toda la corrupción económica
de la sociedad judía en que vivía y la pasión ciega de muchos por alcanzar
riquezas. Jesús veía esa codicia de ganancias como la tentación más sutil y
peligrosa de su época, y por eso concentró su denuncia en esa idolatría.
Por algo
también Jesús escogió el término "Mamón" como objeto de esta
idolatría, y no sólo "el dinero" o "las riquezas". Leif
Vaage plantea esta interesante pregunta, y sugiere que con ese término poco
usual "se hace referencia a todo poder económico que produzca la muerte,
dondequiera que sea, en vez de la vida". Fitzmyer,
en su comentario sobre Lucas 16, propone que el interés de Jesús no se limitaba
al dinero como tal, sino en lo que el dinero hace a la gente y como afecta la
vida de ricos y pobres (1981 I:250). El uso del nombre simbólico en vez de la
designación literal destaca su fuerza como poder maligno sobre los seres
humanos, que rivaliza con Dios como objeto supremo de adoración.
¿Existe hoy
esa misma tentación de ser idólatra sin darnos cuenta? Claude Tresmontant, en
su libro La doctrina de Yeshúa de Nazaret (p.60), alega que sí: "para la inmensa mayoría
de los hombres, la riqueza es objeto de un culto idólatra, en lo más secreto de
sus corazones. La acumulación de riquezas es un esfuerzo por escapar a la
angustia de la muerte, a la angustia de la inestabilidad y de la inseguridad,
de la dependencia, un esfuerzo por asegurarse contra el riesgo, una búsqueda de
consistencia" En otras palabras, avaricia y consumismo son idolatría.
José Luis Caravias (s.f. pp.30-31) llega a la misma conclusión. Su
análisis merece una cita larga:
El dios secreto de nuestra sociedad es el
crecimiento económico. Y la religión que aboga por el culto a este dios es la
religión más poderosa de nuestro mundo. Su liturgia es la publicidad ... Al
crecimiento económico se sacrifican los hombres, la naturaleza y el futuro.
Este gran señor, a través de la pauperización, del desempleo y de la
destrucción de la naturaleza, decide sobre la vida o la muerte de los hombres...
En la sociedad actual el dinero es la mercancía que sirve como común
denominador a todas las otras y en las que todas tienen que transformarse para
recibir la confirmación de su valor. El dinero es la medida de valor de todo.
... El mundo mercantil piensa y decide por nosotros. El es nuestro dueño,
enmarañados, como estamos, en su red de propagandas multicolores, su consumismo
y su jerarquía de valores. Por doquier se presenta y se vive el mundo de las
mercancías, del dinero y del mercado como un gran objeto de devoción, un mundo
pseudodivino, que está por encima de los hombres y les dicta sus leyes. Sólo
con una sumisión total al mundo del mercado es posible llegar al “milagro
económico”... El libre comercio y la libertad de los precios, ha de dominar por
encima de todo y de todos. Negarse a someterse al mercado y sus indicadores es,
por tanto, el pecado más grave que se puede cometer, y ello lleva al caos y a
la esclavitud... Por eso es necesario reprimir por todos los medios posibles
cualquier intento de rebeldía contra este dios, tan planificado y estructurado.
Está prohibido soñar o planear otro tipo de sociedad. Esta forma de concebir la
vida es idolátrica, precisamente en el mismo sentido en el que es usada esta
palabra en la Biblia. Se trata del sometimiento del hombre y de su vida
concreta al producto de sus propias manos, con la consiguiente destrucción del
hombre mismo. El Dios bíblico es todo lo contrario a este fetiche, pues su
voluntad es que el hombre concreto, con sus necesidades concretas, sea el
centro de la sociedad y de la historia. El efecto propio de los ídolos se
muestra con radical desnudez en el conflicto en torno a la deuda externa de los
países del Tercer Mundo. Este gigantesco endeudamiento está poniendo al
descubierto las mandíbulas de muerte de la actual economía mundial. Es como una
guerra silenciosa, en la que en vez de soldados mueren niños por desnutrición;
en vez de miles de heridos hay millones sin trabajo; en la que la principal
arma, más mortífera que las bombas nucleares, son los tipos de interés
bancario. De hecho, gran parte de las producciones nacionales están destinadas
a pagar, como en altar idolátrico, las tasas de interés. En este ritual el
Fondo Monetario Internacional es el sumo sacerdote, que decide qué es lo que es
bueno hacer y lo que es malo..."
Orígenes, el
antiguo padre de la iglesia, captó con profunda percepción la esencia de esta
idolatría: "Dios sabe muy bien", escribió, "qué es lo que uno
ama con todo su corazón y alma y fuerza; eso para esa persona es Dios. Que cada
uno de nosotros se examine ahora, y silenciosamente en su propio corazón decida
cuál es la llama de amor que principalmente y sobre todo está encendida dentro
de su ser". Es posible aun que el verdadero Dios
sea uno entre esos "amores", hasta el mayor entre varios rivales, como era Yahvé junto con Baal para Acab y
Jezabel. Esa es la idolatría más común. Pero Yahvé, el verdadero Dios, es
celoso y no tolera rivales. Por eso Elías escandaliza al pueblo de Israel con
su radical demanda de una lealtad exclusiva: o Yahvé o Baal, pero jamás los dos
(1 R 18:21,24,36-37).
Ya en el siglo
XVI, Martín Lutero, en su Catecismo Mayor, puso el dedo en la llaga:
"Muchas personas creen que tienen a Dios
y todo lo que necesitan, cuando tienen dinero y propiedad; en ellos confían, de
ellos se jactan, tan inflexiblemente y con tanta seguridad, que no se preocupan
por nadie más. Fíjense, una persona tal tiene también su dios-- se llama Mamón,
es decir, dinero y posesiones; sobre ellos pone todo su corazón. Es el ídolo
más común sobre la faz de la tierra. Quien tiene dinero y posesiones, se siente
en total seguridad, está feliz y sin ningún temor, como si estuviera sentado en
el mismo paraíso. A la inversa, quien no tiene nada, duda y se deprime, como si
no conociera ningún dios... De modo que si alguien se jacta de mucha erudición,
sabiduría, poder, prestigio, familia y honor, y confía en esas cosas, esa
persona también tiene su dios, pero no el único Dios veradero."
¿Cuántos
"buenos cristianos" hoy depositan su confianza en el dinero, y tienen
su corazón puesto en las riquezas? Hoy tendríamos que hablar de una
"mamonización del evangelio" (Mat 6:24), en que los buenos cristianos
asisten a los cultos y cantan los coritos, pero durante la semana rinden culto
al dinero y al poder.
Podemos
entender que el futuro de "adorarán" signifique "seguirán adorando",
ya que va acompañado con verbos en pasado y presente. Es muy poco probable que
Juan de repente haya comenzado a hablar del futuro remoto.
Los
nicolaítas creían en Jesús y jamás se hubieran considerado idólatras sólo por
rendir culto también a César. Ellos se hubieran llamado "cristianos más
realistas y razonables, no-fanáticos" o hasta "cristianos
patrióticos". Sicre (1979:145) comenta que ningún judío de los tiempos de
los profetas (siglo VIII-VI) se hubiera confesado idólatra, pero "Lo
importante no es lo que ellos piensan sino el juicio de Dios".
De hecho,
cuánto más inconsciente la idolatría, y más invisible, más peligrosa es;
Satanás sabe bien disfrazase de ángel de luz.
El
Catecismo de Heidelberg pregunta "¿Qué es la idolatría?", y responde:
"Es imaginar o poseer, en lugar del único Dios verdadero, revelado en su
Palabra, o al lado de Él, otra cosa en que poner nuestra confianza"
(Pregunta 95).
Job
32:24-25: "¿Acaso he puesto en el oro mi confianza, o he dicho al oro
puro, 'En ti confío'? ¿Me he ufanado de mi gran fortuna, de las riquezas
amasadas con mis manos?" En seguida, Job relaciona esa confianza en las
riquezas con la idolatría (32:26-28). Los pasajes de Isaías interpretan la
confianza en potencias extranjeras (20:5, Egipto y Nubia; Asiria, Os 5:13) y en
la fuerza y las armas (30:12) como idolatría. Oseas 14:1-4 denuncia como
idolatría la confianza en Asiria y en las armas, porque desplaza la confianza
en Dios, y concluye, "Nunca más llamaremos 'dios nuestro' a cosas hechas
por nuestras manos". Todo el tema está magistralmente expuesto por
Gutiérrez (1989:111-132). Cualquier "entrega total y cotidiana a quien se
considera el absoluto de nuestras vidas" es idolatría (p.123).
Sobre este texto comenta Gutiérrez, "'Gloriarse' es poner su seguridad y
su orgullo en esos ídolos eventuales: el saber, el valor militar y la
riqueza" (Gutierrez, El Dios de la vida 1989:113).
) Según
Oseas 5:13-6:2, fue idolatría de parte de Israel esperar que Asiria sanara sus
llagas y heridas, cuando sólo Dios los puede curar (6:1; 7:1; 14:4, todos con
el mismo verbo hebreo, RâFâA). Para los profetas, es
idolatría confiar en cualquier otro poder para resolver los problemas
nacionales y personales.
El primer
mandamiento reza, "No tendrás otros dioses además de mí" (Ex 20:3
NVI). La frase "ante mí" (Hebr. YaL-PâNaYâ,
"ante mi rostro") no significa "antes de mí, mayor que yo"
sino "al lado mío".
Bien
comentó Charnock en el siglo XVII, "pretender adorar a Dios y buscar sólo
mi ventaja propia es burlarme de Dios en vez de adorarlo. Cuando creemos que
nosotros debemos ser satisfechos y no Dios ser glorificado, ponemos a Dios por
debajo de nosotros mismos e imaginamos que él debe someter su propio honor a
las ventajas nuestras" (The Existence and Attributes of God, Grand
Rapids: Baker Books, 1996, p.241).
Algunos
manuscritos de Qumran denuncian "los ídolos del corazón" (1QS 2.11;
CD 20.9). Muchos pasajes de los profetas aluden a la idolatría sin nombrarla.
Un claro ejemplo es Isaías 20:1-6, contra las alianzas con Egipto y Etiopía:
"Y los que confían en Etiopía y se enorgullecen de Egipto quedarán
aterrados y avergonzados. En aquel día los habitantes de esta costa dirán: Fíjense,
ahí tienen a los que eran nuestra esperanza, ¡aquellos a quienes acudíamos en
busca de ayuda, para que nos libraran del rey de Asiria" (20:5-6).
Sicre
(1979:43) comenta sobre Os 5:12-15: "Precisamente la originalidad de este
texto radica en que nos presenta una forma de idolatría 'secular'. Ya no entran
en juego los 'dioses del cielo', sino 'los dioses de la tierra'". Sicre
observa también que los profetas hablaron de la idolatría indirectamente, bajo
otros temas, porque no conocían la palabra "idolatría" (Sicre
1979:18). Sicre lo llama también "idolatría política" (p.56, sobre
Isa 30:1-5). Para captar estos mensajes anti-idolátricas, es necesario
sensibilizarnos a este lenguaje indirecto de sub-códigos referentes al tema.
Este es
el plan del libro de Sicre: La divinización de las grandes potencias (pp.
23-100) y "la divinización de los bienes terrenos" (pp. 101-170).
Mientras Sicre se limita a los profetas preexílicos, Caravias aplica el mismo
esquema a toda la Biblia (incluso los libros deuterocanónicos).
Los
"cristianos confesantes" bajo Adolfo Hitler (Niemoeller, Bonhoeffer,
Barth y otros) afirmaron el mismo principio en su Confesión de Barmen (1934),
que sólo Jesucristo puede ser el Señor de nuestra conciencia.
Es
significativo que Dios le comisiona a Elías a ungir a un rey pagano (Jazael de
Siria), a un rey de Israel (Jehú) y a un profeta (Eliseo; 1 R 19:15). Según Jer
27:6-7, fue Dios quien entregó a Nabucodonosor todas las naciones de su
imperio; cf. Isa 45:1 para Ciro). Para los hebreos, sus autoridades eran
básicamente mediadores religiosos con la misión de hacer de Israel un reino de
sacerdotes y una nación santa (Léon Dufour 1973:37)
En
Génesis 49:25, Yahvé se llama "el Dios de tu padre, que te ayuda" (el
"Dios ayudador"). Sal 124:8 afirma que "Nuestra ayuda está en el
nombre de Yahvé". Cf. 1Cr 5.20; Is 44.2 vs Lam4.17). Los
rollos de Qumran hablan unas treinta veces de Dios como ayudador.
Amós y
Oséas profetizaban durante el reinado de Uzías, e Isaías recibió su majestuosa
visión de Yahvé "el año que murió el rey Uzías" (Is 6:1).
Eric
Fromm observa que "los ídolos de hoy son los líderes, las instituciones --
especialmente el Estado -- la nación, la producción, la ley y el orden y toda
obra fabricada por el hombre" (La revolución de la libertad, México
D.F. 1970, citado en Sicre p.17-18).
Sobre el
sentido teológico de "ayuda" véase Botterweck XI:12-18 y NIDOTT
III:378. Debe notarse que esta actitud tan "cerrada" va contra el
sentido común. Cualquier nación debe tener el pleno derecho de buscar las
alianzas necesarias para su defensa propia, y cuánto más "ayuda",
mejor debe ser. Pero aquí no se trata de prudencia y cálculos militares sino de
fidelidad radical a Yahvé. Según Sicre (1979:53), comentando Isa 20:1-6, lo que
era simplemente un error de cálculo para los filisteos (Askalón, Ecron), para
el pueblo de Dios era idolatría. Por eso dice Isaías que en esas alianzas,
"caerá el ayudador ('ozer) y caerá el ayudado ('azur Isa
31:3 RVR).
Como ya
hemos señalado, expresiones como "confiar",
"enorgullecerse" y "acudir en busca de ayuda" tienen claras
connotaciones de idolatría.
Sicre
(1979:58), citando a Huber, comenta que en su lenguaje sobre esas alianzas,
Isaías "ha elegido las palabras para cualificar teológicamente esta
política ... mediante términos que indican la actitud que sólo puede adoptarse
ante Yahvé... Egipto ha ocupado el lugar de Dios."
Muchas
traducciones reproducen los nombres como "Oholá" y
"Oholibá". Schökel apunta que este capítulo no denuncia la adoración
de dioses ajenos sino "la política cambiante y acomodaticia de pactos con
la potencia de turno". Según Dt 22:21 el castigo de tal conducta debía ser
la muerte, lo que subraya "la total indignidad de las jóvenes" ((Ezequiel,
Madrid: Cristiandad, 1971, p.151). El profeta condena la política internacional
de las dos naciones con el lenguaje más ofensivo posible.
Llama la
atención que Ezequiel, en su libro tan lleno de lenguaje agresivo, utiliza los
términos más violentos y ofensivos (y crudos) para describir las abominables
alianzas político-militares de Israel y Judá.
Esta
misma verdad reaparece en el bloque textual del Pentecostés, que "ninguno
decía ser suyo propio nada de lo que poseía, sino que tenían todas las cosas en
común" (Hch 4:32 RVR).
Cf. 1Qp
Hab 8:8-13; 1 En 46:7; 94:8; TJudá 19:1 (cf 17:1; 18:2-6); Filón de spec.leg
I:23-25; Sicre 1979:102-103.
La
palabra AaRMeNôT puede significar "fortaleza,
alcázar" (NVI), pero también "palacio" (mansión, residencia
lujosa; BJ, NBE, DHH, RVR; Sicre), que cuadra mejor con el contexto.
En lenguaje
novotestamentario, Sicre describe los palacios de Samaria como " el
santuario supremo de Mammón" y agrega, "Al dinero se le puede dar
culto en cualquier lugar: en los tribunales de justicia, en el mercado, incluso
en el templo y junto a los altares yahvistas (cf. 2:8). Pero el palacio es su
residencia habitual, el sitio donde se hace más presente y palpable este nuevo
rival de Dios" (1979:112).
Todos los
ídolos tienen algo de Moloc y chupan la sangre de sus víctimas. Eso se ve hoy
en las grandes guerras internacionales, cuyo motivo principal suele ser la
ganancia (petróleo, comercio, hegemonía del mercado). La disposición de matar a
víctimas inocentes es una marca evidente de idolatría. "El dios de la
idolatría es un dios asesino. Mucha es la sangre que se derrama por afán de
lucro" (Gutiérrez 1989:117). Es aun peor cuando tales homicidios se
justifican en el nombre de Dios, o de la justicia y la democracia (Is 8:20).
BalzSch
(I:11061-2) menciona que en el mundo griego el término era humillante, pero en
la Biblia "Ser elegido por Dios, tener la posibilidad de servirle, no
humilla a nadie". En servirle a Dos está nuestra verdadera libertad.
Véase
"Jesús-economista en el evangelio de Mateo" por Leif E. Vaage en RIBLA
#27 1997: 112-129. Debe mencionarse también la aguda crítica del pecado económico
que ofrece el Apocalipsis (Stam 2005:326-340).
La figura
ridícula de pasar un camello por el ojo de una aguda debe entenderse como una
simpática hipérbole; ¡imaginar un camello, con todo y joroba, tratando de pasar
por donde sólo con dificultad se logra meter un hilo fino! La expresión no
tiene nada que ver con una supuesta puerta pequeña en el muro de Jerusalén, de
la que no hay evidencias confiables.
Cf. Sicre
1979:164. Dos veces las epístolas paulinas identifican la avaricia (Ef 5:5; Col
3:5: pleonexia, deseo de tener más) como idolatría. Los avaros aparecen
también en las listas de los que quedan excluídos de la comunidad (1 Co 5:11;
6:10) y la avaricia entre las obras de la naturaleza pecaminosa (Ro 1:29; cf. 2
P 2:3,14; 2 Tm 3:2 filárguroi). Según 1 Timoteo 6:10, "el amor al
dinero (filarguria) es la raíz de toda clase de males" (cf. 6:17).
Cf. Stg 5:1-5; TJudá 19:1.
El
Testamento de Judá advierte en el mismo sentido, "Hijos míos, el amor al
dinero lleva a la idolatría; porque el dinero los lleva por mal camino y hace
que consideren dioses a los que no lo son" (19.1).
Unser
Glaube: Die Bekenntnisschriften der evangelisch-lutherischen Kirche (Gütersloh: Gütersloher Verlagshaus 1987 pp
596-597).
En el
Apocalipsis tales personas se llaman "nicolaítas" por querer rendir
culto a Cristo y a la vez al emperador, una especie de
"imperialización" del evangelio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario