Juan Stam
Hay dos doctrinas de la
tradición reformada que no son muy populares en el mundo de hoy. Una se llama
"pecado original"" (para algunos, hasta la palabra
"pecado" es de mal gusto) y la otra es "depravación total".
Ésta última aun figura como primero de los famosos "cinco puntos" del
Calvinismo clásico: depravación total, elección incondicional, expiación
limitada, gracia irresistible y perseverancia de los santos.[1] De hecho, esa
fórmula reduccionista es una cruda caricatura del pensamiento del mismo
Calvino, en los términos de unos ultra-calvinistas del siglo diecisiete.
Cada una de esas doctrinas
expresa una verdad pero suelen ser malentendidas. ¡Qué feísima la designación
de "Depravación total"! Parece sugerir que en los seres humanos no
hay nada bueno, sólo corrupción, pero eso no es el sentido original de la
expresión. El adjetivo "total" no significaba originalmente una total
ausencia de valor moral en los seres humanos. Tuvo más bien la intención de
refutar la antropología medieval tricotomista, con raíces griegas, del
"alma apetititiva" ubicada entre la concupiscencia deL cuerpo y la
pureza moral del "alma racional" (el espíritu). A eso se debía el
optimismo racionalista del escolasticismo medieval. Los reformadores respondían
que toda la persona humana, incluso el raciocinio, está dañada por el pecado.
Nuestra única esperanza es la revelación de la gracia del Creador.
El "pecado original"
significa que detrás de nuestras acciones pecaminosas ("pecados
actuales") está algo más grande, que viene desde los orígenes de la
humanidad. En ello participamos todos, pero en otro sentido todos somos
víctimas de esa historia. Es importante notar que en Génesis 3 el pecado no
tiene origen humano; entró al paraíso desde afuera, de fuerzas demoníacas
externas a la humanidad. En ese aspecto, el concepto de pecado original
conlleva una nota de compasión y solidaridad.
A la vez, ambos conceptos
clásicos, pecado original y "depravación" total, nos obligan a tomar
con su debida fuerza y seriedad la realidad de la maldad en nosotros y en la
historia. Reinhold Niebuhr, en una expresión famosa, afirmó que el pecado
original es la única doctrina cristina sujeta a verificación empírica.
A comienzos del siglo XX se
fundó una nueva revista religiosa, a la que bautizaron "Christian
Century" (siglo cristiano), ya que a fines de los 1800s prevalecía la
doctrina del progreso inevitable de la humanidad. Pero ese "siglo
cristiano" trajo dos guerras mundiales, campos de concentración y
bombardeos aéreos de poblaciones civiles, incluso con bombas atómicas.
Me ha inspirado mucho el
pensamiento del marxista Ernst Bloch, creador de la filosofía de la esperanza.
Cuando estuve estudiando en Tubinga a inicios de los años 70, el cuerpo docente
muy amablemente invitaba a varios de nosotros a compartir sus coloquios
teológicos. En uno de esos, el profesor Herbert Haag (editor del Diccionario
Herder de la Biblia), presentó un erudito argumento refutando la existencia del
diablo, tema a que había dedicado los últimos años de su vida. Después de esa
charla se levantó Bloch, con sus noventa y pico de años y su voz quebrada,
apenas audible, para comentar, "¡Qué raro esto! Mi colega cree en Dios, a
quien no ha visto, pero no cree en el diablo. Yo creo en el diablo, porque lo
veo por todos lados!".
Todo eso es cierto, pero
esta tradición clásica no dice toda la verdad. Es obvio del relato bíblico que
en sentido estricto, el pecado no es "original", pues hay algo más
"original" que el pecado y eso es la imagen y semejanza de Dios en
todos los seres humanos. El pecado no es ni la primera palabra ni la última; no
es ni alfa ni omega de la historia humana. Y esa semejanza divina no quedó
borrada totalmente, como algunos piensan equivocadamente. Es claro de pasajes
como Génesis 9:6 que todos los seres humanos siguen siendo imagen y semejanza
de Dios.
Desmond
Tutu y su hija Mpho Tuto acaban de publicar un libro con el título de "Creados
para lo bueno" (Made for Goodness: And Why this makes all the
difference; HarperOne). Una excelente reseña de dicho libro en Christian
Century, 6 de abril 2010, me inspiró estas reflexiones.
¿Pecado original? Sí
y no. ¿Nobleza original? Sí, original y final también. He ahí las bases para un
auténtico humanismo evangélico en lugar de una teología pesimista y
misantrópica.
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